Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
sábado, agosto 28, 2010
Galaxias y centellas paranormalísima
El pasado domingo acudí invitado al programa de radio de Canarias Radio La Autonómica (Santa Cruz de Tenerife) Galaxias y Centellas para hablar de... los ovnis, claro. Vayan al enlace y abajo, en Descárgate el último programa, podrán escucharlo.
lunes, agosto 23, 2010
¿Estamos solos en el Universo?
Vi ayer un interesante reportaje de la Agencia Espacial Europea que lleva por título ¿Estamos solos en el Universo?
Es interesante, y los expertos consultados son gente seria y normal, no patéticos pseudo-ufólogos pseudo-periodistas de los que dan vergüenza ajena. Pero hay algo que no me gusta en el reportaje, o que considero incorrecto: se masca algo que, a lo largo del mismo y al final, con la última frase del comentarista, se hace explícito:
¿Solos o acompañados? Ni la ciencia ni los iluminados tiene por ahora las respuestas.
Parece como si las posibles respuestas de un u otro colectivo fuesen distintas pero simétricas. Y no. Me parece que sólo la ciencia puede llegar a responder esta pregunta, no los iluminados, que no han hecho más que ruido y más ruido en un medio que incluye hipotéticas señales. ¿Pondrían ustedes en pie de igualdad a Swedenborg, con sus visitas guiado por la corte celestial a todos los planetas de nuestro Sistema Solar, todos habitados, claro, y la misión Kepler?
O dicho de otra manera: formalmente, el reportaje está muy bien –en particular las intervenciones de David Clarke- pero debería llevar otro título, un título, el que ustedes quieran, que no incluya las palabras vida y universo. Simplemente eso. Creo, incluso, que un organismo como la ESA no debería producir un reportaje como el que comento. Si acaso, uno en el que dejase bien claro que una cosa es su investigación normal y otra un mito popular que la cultura contemporánea y el sensacionalismo mediático ha ido asociando a aquélla.
Cuando se formula y se responde, a tientas, la pregunta ¿estamos solos en el universo?, los ovnis, los platillos volantes o como queramos llamar a este amasijo informe de relatos, leyendas y miles de imágenes borrosas no pintan nada. Y el que crea lo contrario que aporte las pruebas, pero pruebas pruebas, no afirmaciones que a usted le dé la gana que nos traguemos sin masticar.
Ése es el motivo por el que Neil deGrasse Tyson se toma con humor al principio la pregunta de si cree en ovnis en este vídeo que A. C. Agostinelli acaba de subir a su blog Factor 302.4. Tyson es astrofísico, y su actividad no tiene nada que ver como tal con el mito de los platillos volantes. Hace unos días le recordaba a una periodista que es casi una pregunta obligada cuando entrevistan a un astrofísico en la prensa si cree en los ovnis. Esto, como siempre digo, proporciona información negativa, en el sentido de que nos da pistas sobre una carencia o un sesgo no explícito. En este caso, que esa pregunta sea un lugar común nos habla de las carencias que padece el periodismo general en torno a temas científicos (¿no confundieron astrofísica y astrología hace unos años en El País?). Y si lo queremos interpretar como un sesgo, podemos decir que se trata de una errónea asociación popular, cultural, entre una ciencia y un fenómeno psicosociológico (que éste pueda ser objeto de análisis científico, a años luz de periodismo chapucero medio, es otro tema).
En cualquier caso, las palabras de Tyson son mucho más clarificadoras que la imagen final que el documental de la Agencia Espacial Europea parece dejar en la mente de quien lo visiona.
La forma más baja de evidencia que existe en este mundo es el testimonio visual, dice Tyson. Pues eso, no se puede decir de forma más clara. Todo lo que cuenta Tyson ha sido dicho y repetido hasta la saciedad por todos los críticos del mundo. Vean el vídeo y la estupenda demolición de la falsa creencia en la fiabilidad del testimonio humano:
Es interesante, y los expertos consultados son gente seria y normal, no patéticos pseudo-ufólogos pseudo-periodistas de los que dan vergüenza ajena. Pero hay algo que no me gusta en el reportaje, o que considero incorrecto: se masca algo que, a lo largo del mismo y al final, con la última frase del comentarista, se hace explícito:
¿Solos o acompañados? Ni la ciencia ni los iluminados tiene por ahora las respuestas.
Parece como si las posibles respuestas de un u otro colectivo fuesen distintas pero simétricas. Y no. Me parece que sólo la ciencia puede llegar a responder esta pregunta, no los iluminados, que no han hecho más que ruido y más ruido en un medio que incluye hipotéticas señales. ¿Pondrían ustedes en pie de igualdad a Swedenborg, con sus visitas guiado por la corte celestial a todos los planetas de nuestro Sistema Solar, todos habitados, claro, y la misión Kepler?
O dicho de otra manera: formalmente, el reportaje está muy bien –en particular las intervenciones de David Clarke- pero debería llevar otro título, un título, el que ustedes quieran, que no incluya las palabras vida y universo. Simplemente eso. Creo, incluso, que un organismo como la ESA no debería producir un reportaje como el que comento. Si acaso, uno en el que dejase bien claro que una cosa es su investigación normal y otra un mito popular que la cultura contemporánea y el sensacionalismo mediático ha ido asociando a aquélla.
Cuando se formula y se responde, a tientas, la pregunta ¿estamos solos en el universo?, los ovnis, los platillos volantes o como queramos llamar a este amasijo informe de relatos, leyendas y miles de imágenes borrosas no pintan nada. Y el que crea lo contrario que aporte las pruebas, pero pruebas pruebas, no afirmaciones que a usted le dé la gana que nos traguemos sin masticar.
Ése es el motivo por el que Neil deGrasse Tyson se toma con humor al principio la pregunta de si cree en ovnis en este vídeo que A. C. Agostinelli acaba de subir a su blog Factor 302.4. Tyson es astrofísico, y su actividad no tiene nada que ver como tal con el mito de los platillos volantes. Hace unos días le recordaba a una periodista que es casi una pregunta obligada cuando entrevistan a un astrofísico en la prensa si cree en los ovnis. Esto, como siempre digo, proporciona información negativa, en el sentido de que nos da pistas sobre una carencia o un sesgo no explícito. En este caso, que esa pregunta sea un lugar común nos habla de las carencias que padece el periodismo general en torno a temas científicos (¿no confundieron astrofísica y astrología hace unos años en El País?). Y si lo queremos interpretar como un sesgo, podemos decir que se trata de una errónea asociación popular, cultural, entre una ciencia y un fenómeno psicosociológico (que éste pueda ser objeto de análisis científico, a años luz de periodismo chapucero medio, es otro tema).
En cualquier caso, las palabras de Tyson son mucho más clarificadoras que la imagen final que el documental de la Agencia Espacial Europea parece dejar en la mente de quien lo visiona.
La forma más baja de evidencia que existe en este mundo es el testimonio visual, dice Tyson. Pues eso, no se puede decir de forma más clara. Todo lo que cuenta Tyson ha sido dicho y repetido hasta la saciedad por todos los críticos del mundo. Vean el vídeo y la estupenda demolición de la falsa creencia en la fiabilidad del testimonio humano:
martes, agosto 10, 2010
"El Mundo" y los ovnis en España
He decido posponer el comentario anunciado en la entrada anterior sobre lo que pensaba Carl Sagan sobre los platillos volantes para el próximo número de la Circular Escéptica, el 12, que está en el horno en estos momentos. Una vez publicado, será reproducido aquí.
Es conveniente profundizar sobre esta cuestión -la presunta creencia en marcianitos verdes del astrofísico norteamericano- para que el interesado no se tropiece sólo con la majadería del abierto de mente de turno, uno más de los que han intentado arrimar el ascua de Sagan a su sardina magufa. En otras ocasiones, por el contrario, se ha acusado a Sagan de ser un tergiversador y de estar pagado por los mismos poderes que algunos se imaginan después de haber fumado alguna hierba rara. La cosa es decir gilipolleces, y darte pisto mientras apartas la vergüenza de igual forma que los perros entierran su meada.
Parece que los medios generalistas se asesoran, de vez en cuando, con cierto criterio: véase el especial que El Mundo está dedicando a los ovnis en España. No siempre va a consistir el acercamiento periodístico al mito platillista en una ridícula perpetuación de chorradas acuñadas décadas atrás por periodistas correcaminos.
Es conveniente profundizar sobre esta cuestión -la presunta creencia en marcianitos verdes del astrofísico norteamericano- para que el interesado no se tropiece sólo con la majadería del abierto de mente de turno, uno más de los que han intentado arrimar el ascua de Sagan a su sardina magufa. En otras ocasiones, por el contrario, se ha acusado a Sagan de ser un tergiversador y de estar pagado por los mismos poderes que algunos se imaginan después de haber fumado alguna hierba rara. La cosa es decir gilipolleces, y darte pisto mientras apartas la vergüenza de igual forma que los perros entierran su meada.
Parece que los medios generalistas se asesoran, de vez en cuando, con cierto criterio: véase el especial que El Mundo está dedicando a los ovnis en España. No siempre va a consistir el acercamiento periodístico al mito platillista en una ridícula perpetuación de chorradas acuñadas décadas atrás por periodistas correcaminos.
jueves, agosto 05, 2010
Las cicatrices saladas de Roque, el Moñigo
A la espera de comentarles mañana, si me es posible, lo que creía Carl Sagan de los platillos volantes, les dejo ahora este delicioso texto extraído de El camino, de Miguel Delibes.
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Pero la herida de Roque, el Moñigo, era de una esquirla de metralla. Se la produjo una bomba al estallar en un prado cuando, una mañana de verano, huía precipitadamente al bosque con la Sara. Los más listos del pueblo decían que el percance se debió a una bomba perdida, que fue lanzada por el avión para quitar peso. Más Roque, el Moñigo, recelaba que el peso que había tratado de quitar el avión era el suyo propio. De todas maneras, Roque, el Moñigo, agradecía al aviador aquel medallón de carne retorcida que le había dejado en el muslo.
Continúan los tres mirando la cicatriz que parecía, por la forma, una coneja. Roque, el Moñigo, se inclino de repente, y la lamió con la punta de la lengua. Tras un rápido paladeo, afirmó:
- Sigue sabiendo salada. Dice Lucas, el Mutilado, que es por el hierro. Las cicatrices de hierro siguen sabiendo siempre saladas. Su muñón también sabe salado y el de Quino, el Manco, también. Luego, con los años, se quita ese sabor.
Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, le escuchaban escépticos. Roque, el Moñigo, receló de su incredulidad. Acercó la pierna a ellos e invitó:
- Probad, veréis cómo no os engaño.
El Mochuelo y el Tiñoso cambiaron unas miradas vacilantes. Al fin, el Mochuelo se inclinó y rozó la cicatriz con la punta de la lengua.
- Sí, sabe salada –confirmó.
El Tiñoso lamió tras él y asintió con la cabeza. Después dijo:
- Sí, es cierto que sabe salada, pero no es por el hierro, es por el sudor. Probad mi oreja, veréis como también sabe salada.
Daniel, el Mochuelo, interesado en el asunto, se aproximó al Tiñoso y le lamió el lóbulo dividido de la oreja.
- Es verdad –dijo-. También la oreja del Tiñoso sabe salada.
- ¿A ver? –inquirió dubitativo el Moñigo.
Y deseoso de zanjar el pleito, chupó con avidez el lóbulo del Tiñoso con la misma fruición que si mamase. Al terminar, su rostro expresó un profundo desencanto.
- Es cierto que sabe salada también –dijo-. Eso es que te dañaste con la cerca de alambre y no con púa de una zarzamora como crees.
- No –salto el Tiñoso, airado-; me rasgué la oreja con la púa de una zarzamora. Estoy bien seguro.
- Eso crees tú.
Germán, el Tiñoso, no se daba por vencido. Agachó la cabeza a la altura de la boca de sus compañeros.
- ¿Y mis calvas, entonces? –dijo con terca insistencia-. También saben saladas. Y mis calvas no me las hice con ningún hierro. Me las pegó un pájaro.
El Moñigo y el Mochuelo se miraron atónitos, pero, uno tras otro, se inclinaron sobre la morena cabeza de Germán, el Tiñoso, y lamieron una calva cada uno. Daniel, el Mochuelo, reconoció enseguida:
- Sí, saben saladas.
Roque, el Moñigo, no dio su brazo a torcer:
- Pero eso no es una cicatriz. Las calvas no son cicatrices. Ahí no tuviste herida nunca. Nada tiene que ver que sepan saladas
El camino
Miguel Delibes
Ediciones Destino, Barcelona, 1980.
[pp. 99-101]
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Y de propina, este vídeo de Michael Shermer, ahora que nuestra televisión pública se dedica a hacer propagada a los brujos reunidos en San Sebastián y que en la Sexta se ceban con el príncipe y sus creencias supersticiosas (por si no teníamos bastante con el de Inglaterra y su alucinógena cosmovisión newager):
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Pero la herida de Roque, el Moñigo, era de una esquirla de metralla. Se la produjo una bomba al estallar en un prado cuando, una mañana de verano, huía precipitadamente al bosque con la Sara. Los más listos del pueblo decían que el percance se debió a una bomba perdida, que fue lanzada por el avión para quitar peso. Más Roque, el Moñigo, recelaba que el peso que había tratado de quitar el avión era el suyo propio. De todas maneras, Roque, el Moñigo, agradecía al aviador aquel medallón de carne retorcida que le había dejado en el muslo.
Continúan los tres mirando la cicatriz que parecía, por la forma, una coneja. Roque, el Moñigo, se inclino de repente, y la lamió con la punta de la lengua. Tras un rápido paladeo, afirmó:
- Sigue sabiendo salada. Dice Lucas, el Mutilado, que es por el hierro. Las cicatrices de hierro siguen sabiendo siempre saladas. Su muñón también sabe salado y el de Quino, el Manco, también. Luego, con los años, se quita ese sabor.
Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, le escuchaban escépticos. Roque, el Moñigo, receló de su incredulidad. Acercó la pierna a ellos e invitó:
- Probad, veréis cómo no os engaño.
El Mochuelo y el Tiñoso cambiaron unas miradas vacilantes. Al fin, el Mochuelo se inclinó y rozó la cicatriz con la punta de la lengua.
- Sí, sabe salada –confirmó.
El Tiñoso lamió tras él y asintió con la cabeza. Después dijo:
- Sí, es cierto que sabe salada, pero no es por el hierro, es por el sudor. Probad mi oreja, veréis como también sabe salada.
Daniel, el Mochuelo, interesado en el asunto, se aproximó al Tiñoso y le lamió el lóbulo dividido de la oreja.
- Es verdad –dijo-. También la oreja del Tiñoso sabe salada.
- ¿A ver? –inquirió dubitativo el Moñigo.
Y deseoso de zanjar el pleito, chupó con avidez el lóbulo del Tiñoso con la misma fruición que si mamase. Al terminar, su rostro expresó un profundo desencanto.
- Es cierto que sabe salada también –dijo-. Eso es que te dañaste con la cerca de alambre y no con púa de una zarzamora como crees.
- No –salto el Tiñoso, airado-; me rasgué la oreja con la púa de una zarzamora. Estoy bien seguro.
- Eso crees tú.
Germán, el Tiñoso, no se daba por vencido. Agachó la cabeza a la altura de la boca de sus compañeros.
- ¿Y mis calvas, entonces? –dijo con terca insistencia-. También saben saladas. Y mis calvas no me las hice con ningún hierro. Me las pegó un pájaro.
El Moñigo y el Mochuelo se miraron atónitos, pero, uno tras otro, se inclinaron sobre la morena cabeza de Germán, el Tiñoso, y lamieron una calva cada uno. Daniel, el Mochuelo, reconoció enseguida:
- Sí, saben saladas.
Roque, el Moñigo, no dio su brazo a torcer:
- Pero eso no es una cicatriz. Las calvas no son cicatrices. Ahí no tuviste herida nunca. Nada tiene que ver que sepan saladas
El camino
Miguel Delibes
Ediciones Destino, Barcelona, 1980.
[pp. 99-101]
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Y de propina, este vídeo de Michael Shermer, ahora que nuestra televisión pública se dedica a hacer propagada a los brujos reunidos en San Sebastián y que en la Sexta se ceban con el príncipe y sus creencias supersticiosas (por si no teníamos bastante con el de Inglaterra y su alucinógena cosmovisión newager):
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