[Publicado en Circular Escéptica, 2 - 15 de diciembre de 2008]
El 24 de junio de 2007 se cumplieron sesenta años de la observación de nueve extraños objetos en el estado de Washington por parte de Kenneth Arnold. El lector debe haber sentido en alguna ocasión curiosidad por los ovnis para saber a quién me estoy refiriendo. O haber tenido la inmensa suerte (?) de tener cerca un ufólogo que se lo haya contado un poco como quien cuenta un mito fundacional o, más fríamente, repasa una historia con estilo divulgativo. Esto demuestra que el relato de Arnold no es conocido por todo el mundo, que no traspasó la frontera de Ovnilandia, como sí lo hizo Roswell para convertirse en un lugar común del cuchicheo en torno a los «fenómenos extraños». El caso Arnold es materia para especialistas, para curiosos de hemeroteca, bibliófilos empedernidos y otras gentes para-normales. Queda como una pieza de museo, relativamente no contaminada por la propaganda mediática, a la que acudir para contemplar en ella lo que pasa por ser el relato originario.
Desde entonces, ¿qué tenemos? Pues la historia de un gran fracaso: los casos clásicos han ido cayendo; los ufólogos descubrieron por sí mismos y de primera mano algo que ya era sabido, que los testimonios humanos no pueden ser considerados pruebas científicas; el comportamiento como una moda social -como un estilo musical- de un presunto fenómeno natural o alienígena; la bancarrota científica de autoridades con chaleco de arqueólogo; el correr de esos arbustos rodantes de los westerns cuando los contactados prometieron el aterrizaje de las portentosas naves estelares; el suicidio de unos cuantos fanáticos; la estafa roswelliana y su autopsia; la ira como respuesta ante la pregunta incómoda; la exageración periodística; la consolidación y ampliación de un sector de la industria cultural; la sensación de inexistencia del pasado: cada caso nuevo ha sido presentado como la clave del misterio; la, en buena medida, demonización del supuesto misterio ufológico como consecuencia del alejamiento desde sus orígenes del pensamiento crítico-racional; la sorprendente incapacidad de algunos para evolucionar, a pesar de su experiencia, hacia un escepticismo que explota en el rostro de cualquiera que no quiera seguir engañándose a sí mismo; los malditos debunkers y sus amigos los militares; la próxima revelación del secreto -cojan una silla-; la apropiación emotiva de algunos sucesos por parte de investigadorzuelos hasta extremos ridículos; la caída en picado de los ovnis al puesto decimoquinto de la clasificación de los misterios más misteriosos editados en papel cuché; la salmodia de las visitas, de la presencia extraña y las pruebas inconsistentes; la misma colección de falacias gastadas; las mismas mentes abiertas llenas de aire; la vergüenza ajena que provocan ciertas voces a medio camino entre el ocultismo más obtuso y la poesía de saldo... Todo eso, y más cosas, nos quedan de estos sesenta años de un mito completamente desaforado.
En otras palabras: sesenta años de enredos, atrevimientos, teorías y ocultamientos. Desde lo más absurdo a lo más sensato, todo ha sido dicho, vendido y promulgado en torno a los platillos volantes. «Los ovnis son naves extraterrestres»: flatus vocis para quien no comulgue con ruedas de molino; pero no por ello deja de tener un serio interés tal afirmación. Esta afirmación es una fabricación humana, como cualquier otra que corresponda al más allá, al más acá y al medio acá, si cabe. Así que los interesados, los críticos y los preocupados por la engañifa platillista no dejarán de tener material que interpretar, yacimientos de ideas que explorar, influencias que sacar a la luz, como J. Colavito hizo no hace mucho con los extraterrestres lovecraftianos. La tecnología, el pensamiento ocultista, la exploración espacial, la novela de anticipación, las pesadillas médicas, la investigación científica entendida «a la antigua», individualistamente y a su aire, los contubernios, los secretos de estado, todo ello está presente en la historia ufológica, así que se queja el que quiere, pues materia apta hay para satisfacer la más incontenible curiosidad por la capacidad del ser humano para fabricar realidades paralelas. No parece probable, si no es por medio de una programación deshumanizadora, que estos fenómenos no sigan produciéndose en el futuro.
Los ufólogos -así acabaron denominándose los que se devanan los sesos por este asunto- siempre han sido un poco sombras en la noche, más por imposición que por deseo. Tachados globalmente de parias científicos en la cultura normalizada por culpa de la poderosa influencia de iluminados y mercaderes, unos pocos han cultivado esta especie de arte menor, hecho a partes más o menos iguales de coleccionismo compulsivo y de práctica detectivesca, con discreción, sin alardear de ello, so pena de ser confundidos (como confesó en cierta ocasión Matías Morey) con un urólogo. Algunos, incluso, han dedicado horas de reflexión a muchos episodios sin esperar nada a cambio, más que lo que decentemente se pueda aguardar de cualquier actividad neuronal consciente, ordenada y productiva de acuerdo a nuestros cánones culturales, es decir, de toda elaboración cultural que no consista en engañar miserablemente a tu prójimo mientras te pavoneas.
Buena parte de los interesados ha abandonado la ufología en una proporción mucho mayor que la que sería usual si las cosas funcionaran en ella como en cualquier otro campo de investigación presuntamente científico. Los incombustibles han reordenado su interés: es lo que queda de manifiesto en una encuesta que coordiné el año pasado para la Fundación Anomalía, de la que se desprende que, en general, los ufólogos activos en los años setenta y ochenta mantienen un sano interés recopilatorio y conservacionista de la documentación. El gran descubrimiento no se produjo, y no parece probable que se vaya a producir, así que lo que queda es reunir lo disperso, clasificar la enorme producción cultural que este mito produjo y que, en otra medida, es previsible que siga produciendo. El desierto ufológico que atravesamos, con los pequeños oasis que hallamos en las revistas misteriosísimas, es información valiosa y significativa. Tanto como las fantasías animadas de ayer y hoy testimoniales con que nos tropezábamos cuando un trozo de chatarra espacial fragmentada se precipitaba contra el suelo, o un pedrusco volante rozaba la atmósfera de noche.
A otros puede producirles un cierto sarpullido la ufología y los ovnis; parecen mantener una cierta actitud elitista de la cultura, un prurito para no verse mezclados con los que se preocupan de estas cosas intrascendentes. Quizá habría que recordarles que no hay temas serios y de risa, sino que es el tratamiento que reciben el que puede ser catalogado como tal. Quién sabe: cuando la ubre de la historia oculta se seque, tal vez el gremio de los periodistas especializados en sandeces vuelva a rebuscar en el baúl de cosas viejas para desempolvar los cuentos de la vieja majadera con que impresionarán a los que aún no han tenido tiempo de leer fuentes de confianza. Así que nunca podremos estar seguros; la cultura alternativa, las maravillas relacionadas con el espacio y otros efluvios cerebrales van a estar siempre ahí, bien en primer plano, bien a la espera de volver a aparecer en escena. No sería la primera vez que ocurriera un retorno similar.
Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
lunes, diciembre 22, 2008
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6 comentarios:
Me encanta esta manera de argumentar. Es algo a lo que aspiro en mis post.
Respecto a los ovnis, yo lo tengo claro: "Cuando un tonto coge una línea, la línea se acaba y el tonto sigue".
Pues eso. Dentro de 100 años habrá programas de radio que "presumirán" en verano de efectuar su centésimocuarta "alerta ovni" (esas reuniones de descerebrados que se producen anualmente para NO ver jamás un platillo volante).
Un saludo.
Estoy dentro de los tontos que siguen las lineas, sobre todo por experiencias personales, nada de lo que escriba un escéptico me podrá hacer cambiar de parecer nunca.
¿Y para escribir esa estupidez te has leído el artículo o ni siquiera te hizo falta?
No tendrías que darle tanta importancia al aniversario de una pijada como ésa, yo creo que en el fondo crees en ovnis y en esas tonterías. No eres lo bastante escéptico, lo siento.
Pirracas, no deberías darle tanta importancia al hecho de que el autor crea o no crea en ovnis. En el fondo te importa demasiado.
Thanks For Sharing..!
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