El País publicó el pasado día 24 la noticia del centésimo quincuagésimo aniversario de la caída del meteorito de Molina de Segura (Murcia), el 24 de diciembre de 1858. Véanlo en este enlace. Reproduzco aquí una parte del texto que me resulta muy significativa. Uno de los testigos comentó que
Pasó por encima de esta ciudad a tan poca distancia de la torre de la catedral, que creyeron que iba a tocar en la linterna de dicha torre, pero no sucedió así, sino que recorrió unas tres leguas más, salvando esta ciudad y su término.
¿Les suena? Seguro que sí a quien haya leído las clásicas crónicas ufológicas. Son cosas de la perspectiva. Aunque al parecer el pedrusco cayó a unos 15 kilómetros del pueblo (redondeando las tres leguas que indica el informe de la época) no parece muy probable que pasara tan cerca de la iglesia, porque sus efectos físicos (visuales y sonoros) habrían sido mucho más acusados de lo que fueron –y no fueron banales, por cierto. Pero es así como lo interpretó esa persona, que no estaba ni “loca”, ni había bebido, ni estaba Klass ni ningún otro escéptico a su lado para “reírse de él o ella”, como estúpida y maldicentemente aseguran los que están pendientes a diario de la llegada de los platillos volantes, todos aquellos a los que se les inflaman sus anestesiadas neuronas cada vez que un crítico osa cuestionar sus ideacas delirantes sobre maravillas inventadas en una redacción periodística o divulgadas en el Internet más misteriófilo y chocantísimo.
Afortunadamente, en aquellas fechas no había pseudo-ufólogos en España que retorciesen lo ocurrido o que sobrevaloraran los testimonios más subjetivos. Al contrario, Rafael Martínez Fortín, cronista del suceso en el que se basaron en parte Jesús Martínez Frías y Rosario Lunar para publicar su artículo al respecto en Astronomy and Geophysics, envió el aerolito a Madrid "para que estando a disposición de los hombres de ciencia, lo estudien con la atención debida". Ya podrían nuestros expertos en humo haber obrado siempre de la misma forma, en lugar de aprovecharse de la improductiva sed de maravillas del interesado medio.
Por ejemplo, sin salirnos de Murcia: el 1 de mayo de 1994 los vecinos de Jumilla observaron un gran bólido alrededor de las 22:30 horas. La revista Más Allá (la tercera más importante del planeta, después de Nature y Science ) publicó un artículo en su edición de marzo de 1995 en el que se lee que un matrimonio que iba conduciendo se topó, al tomar una curva, con
un gigantesco disco luminoso detenido aproximadamente sobre la Casa de la Ermita, a algo más de quinientos metros de donde se encontraba el vehículo.
En el siguiente párrafo nos cuentan que se hallaba
a una distancia inferior a unos 500 metros de altura (sic), sobre la citada casa de campo. Vieron un enorme disco de más de doscientos metros de diámetro, de color amarillo y que contenía en su interior una serie de círculos de colores variados –amarillos, verdes, azules, naranjas-, que se encendían y apagaban constantemente. Tras siete u ocho segundos, el objeto se apagó de repente y desapareció por completo ante los testigos. Pero antes de que éstos pudieran reaccionar, el objeto volvió a reaparecer en el mismo lugar. En esta ocasión no pudieron ver los círculos de colores, sino que el disco aparecía por completo con un color amarillento. En aquel instante, del centro del objeto salió un haz de luz hacia arriba que se abrió formando una especie de “cola de pavo real”, de múltiples colores y tamaño gigantesco. Según sus declaraciones, la cola sería cuatro o cinco veces superior al diámetro del disco, llegando a alcanzar las proporciones totales del objeto alrededor de un kilómetro de longitud.
Esos aberrantes testimonios son únicos: hubo infinidad de personas que contemplaron el fenómeno (también desde Valencia y otras provincias) pero ninguna hizo referencia a que el bólido se quedara “estático” ni que estuviera a “quinientos metros de distancia”. Sin embargo, son esos los detalles que las revistas destacan interesadamente. Como es lógico, la “parada” es sólo un efecto de perspectiva y la distancia y la altura indicadas son producto de la probable baja altura angular con la que fue observado desde el punto en el que se hallaba el matrimonio de Jumilla. Otros detalles son achacables a la impresión o simplemente exageraciones y distorsiones del recuerdo (algo que todos experimentamos con más frecuencia de la deseada, incluso en circunstancias mucho menos emotivas que la contemplación de una gigantesca estrella fugaz, más cuando los vecinos no tenían ni la menor idea de lo que en realidad contemplaron). El resto de los abundantes testimonios conocidos del caso encajan perfectamente en el comportamiento habitual de los grandes bólidos que esporádicamente atraviesan la atmósfera terrestre en horario nocturno.
Por si fueran poco estas personalísimas impresiones de lo que centenares de personas observaron aquella noche de 1994 (sin que se registraran relatos tan creativos), la misma revista, en agosto de 1995, vuelve a ocuparse del caso, reproduciendo, de la mano del ex presunto ufólogo y novelista Javier Sierra, un testimonio procedente de La Roda (Albacete) aún más abracadabrante:
en la localidad albaceteña de La Roda donde, pocos minutos antes de la hora registrada en Valencia, varios vecinos dieron cuenta del avistamiento de un “platillo volante” que giraba sobre su propio eje y el que pudieron distinguir, incluso, algunas “ventanillas”.
Ahí queda eso. ¿Nos tenemos que creer que los de La Roda no vieron el mismo bólido que desde Jumilla o desde Valencia, todos a la misma hora? Pues no, nadie con un poco de sentido común lo haría. Por cierto, el detalle de las “ventanillas” no es nuevo: en 1990 Manuel Borraz publicó un ilustrativo artículo en Cuadernos de Ufología (Meteoros con ventanillas, CdU, 19-20, 1990, pp. 15-24) en el que presenta una colección histórica de casos de observaciones meteóricas que los testigos tomaron por una nave de forma alargada con hileras de ventanillas. Factores perceptivos y culturales se hallan en la base de este curioso fenómeno.
Les dejo, antes de acabar, una dirección donde podrán consultar el listado de bólidos observados desde España en el año que acaba . Si comparan con las historias de ovnis y misterios insolubles, como le leí a uno (si son insolubles ¿para qué cc. “investigan”?) quizá puedan darse el gusto de aclarar alguno de esos relatos que divulgan los aficionados a los misterios menos dados a ello, cosa realmente paranormal, por otra parte.
Y finalmente, la famosa grabación del bólido de Peekskill (Nueva York) el 9 de octubre de 1992. ¿Ven la mano que nos saluda por la ventanilla?
Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
martes, diciembre 30, 2008
miércoles, diciembre 24, 2008
Vida en el universo, en La Opinión de Tenerife
En este enlace pueden leer el resultado de una entrevista que me hicieron ayer para este diario (salió publicada hoy también en la edición impresa del periódico).
Quiero aclarar algunos conceptos que aparecen en el artículo.
Me temo que el título, “A la Tierra le tocó la Lotería con la vida”, que son palabras textuales mías y que cerca del final del artículo quedan más claras, puede resultar equívoco para algunos lectores. Con esa expresión quise expresar el carácter completamente azaroso de la vida, no que sea motivo de celebración o alegría en sí mismo. Que la vida exista en este planeta se debe al puro azar, y, desde el punto de vista científico, no es motivo de celebración ni deja de serlo. Simplemente es.
La Fundación Anomalía, además de estudiar la creencia en los ovnis tiene entre sus prioridades la recopilación y catalogación de toda la producción cultural que esta creencia ha generado (libros, producciones cinematográficas, composiciones musicales, obras literarias, colecciones filatélicas, revistas especializadas, actas de congresos, tesis doctorales, colecciones fotográficas, archivos personales de investigadores desaparecidos o que hayan abandonado su actividad, etc.).
Las investigaciones astrobiológicas no se basan explícitamente en el "principio de plenitud" (Lucrecio), que es más bien una doctrina filosófica que un principio naturalista de carácter empírico. Es el principio que subyace a la conocida frase de Carl Sagan (usada a destajo por los más optimistas creyentes en la vida ET) de que “si no existe más vida que la nuestra cuánto espacio desaprovechado en el cosmos”. No hay ningún espacio “desaprovechado” ni “aprovechado”. Hay espacio. En caso de que el espacio tenga algún sentido –que no lo sabemos- no tiene por qué corresponder utilitariamente con nuestro concepto de aprovechamiento.
La plenitud (entendiendo la vida como una "plenitud", desde nuestro punto de vista) es pensable dada la homogeneidad físico-química del universo a gran escala. Pero, ¿por qué no pensar que la plenitud es Mercurio, o las enanas marrones, o alguna manifestación auto-consciente tan extraña que ni siquiera seamos capaces de darnos cuenta de que existe, o la materia oscura?
El primer exoplaneta se descubrió en 1995 (aunque había sospechas antes, pero las pruebas son las pruebas). La mayoría de ellos, no algunos, orbitan en torno a estrellas (también los hay errantes), con periodos de traslación cortos, y ya hay más de 300 descubiertos.
Quiero aclarar algunos conceptos que aparecen en el artículo.
Me temo que el título, “A la Tierra le tocó la Lotería con la vida”, que son palabras textuales mías y que cerca del final del artículo quedan más claras, puede resultar equívoco para algunos lectores. Con esa expresión quise expresar el carácter completamente azaroso de la vida, no que sea motivo de celebración o alegría en sí mismo. Que la vida exista en este planeta se debe al puro azar, y, desde el punto de vista científico, no es motivo de celebración ni deja de serlo. Simplemente es.
La Fundación Anomalía, además de estudiar la creencia en los ovnis tiene entre sus prioridades la recopilación y catalogación de toda la producción cultural que esta creencia ha generado (libros, producciones cinematográficas, composiciones musicales, obras literarias, colecciones filatélicas, revistas especializadas, actas de congresos, tesis doctorales, colecciones fotográficas, archivos personales de investigadores desaparecidos o que hayan abandonado su actividad, etc.).
Las investigaciones astrobiológicas no se basan explícitamente en el "principio de plenitud" (Lucrecio), que es más bien una doctrina filosófica que un principio naturalista de carácter empírico. Es el principio que subyace a la conocida frase de Carl Sagan (usada a destajo por los más optimistas creyentes en la vida ET) de que “si no existe más vida que la nuestra cuánto espacio desaprovechado en el cosmos”. No hay ningún espacio “desaprovechado” ni “aprovechado”. Hay espacio. En caso de que el espacio tenga algún sentido –que no lo sabemos- no tiene por qué corresponder utilitariamente con nuestro concepto de aprovechamiento.
La plenitud (entendiendo la vida como una "plenitud", desde nuestro punto de vista) es pensable dada la homogeneidad físico-química del universo a gran escala. Pero, ¿por qué no pensar que la plenitud es Mercurio, o las enanas marrones, o alguna manifestación auto-consciente tan extraña que ni siquiera seamos capaces de darnos cuenta de que existe, o la materia oscura?
El primer exoplaneta se descubrió en 1995 (aunque había sospechas antes, pero las pruebas son las pruebas). La mayoría de ellos, no algunos, orbitan en torno a estrellas (también los hay errantes), con periodos de traslación cortos, y ya hay más de 300 descubiertos.
lunes, diciembre 22, 2008
60 años mirando al cielo
[Publicado en Circular Escéptica, 2 - 15 de diciembre de 2008]
El 24 de junio de 2007 se cumplieron sesenta años de la observación de nueve extraños objetos en el estado de Washington por parte de Kenneth Arnold. El lector debe haber sentido en alguna ocasión curiosidad por los ovnis para saber a quién me estoy refiriendo. O haber tenido la inmensa suerte (?) de tener cerca un ufólogo que se lo haya contado un poco como quien cuenta un mito fundacional o, más fríamente, repasa una historia con estilo divulgativo. Esto demuestra que el relato de Arnold no es conocido por todo el mundo, que no traspasó la frontera de Ovnilandia, como sí lo hizo Roswell para convertirse en un lugar común del cuchicheo en torno a los «fenómenos extraños». El caso Arnold es materia para especialistas, para curiosos de hemeroteca, bibliófilos empedernidos y otras gentes para-normales. Queda como una pieza de museo, relativamente no contaminada por la propaganda mediática, a la que acudir para contemplar en ella lo que pasa por ser el relato originario.
Desde entonces, ¿qué tenemos? Pues la historia de un gran fracaso: los casos clásicos han ido cayendo; los ufólogos descubrieron por sí mismos y de primera mano algo que ya era sabido, que los testimonios humanos no pueden ser considerados pruebas científicas; el comportamiento como una moda social -como un estilo musical- de un presunto fenómeno natural o alienígena; la bancarrota científica de autoridades con chaleco de arqueólogo; el correr de esos arbustos rodantes de los westerns cuando los contactados prometieron el aterrizaje de las portentosas naves estelares; el suicidio de unos cuantos fanáticos; la estafa roswelliana y su autopsia; la ira como respuesta ante la pregunta incómoda; la exageración periodística; la consolidación y ampliación de un sector de la industria cultural; la sensación de inexistencia del pasado: cada caso nuevo ha sido presentado como la clave del misterio; la, en buena medida, demonización del supuesto misterio ufológico como consecuencia del alejamiento desde sus orígenes del pensamiento crítico-racional; la sorprendente incapacidad de algunos para evolucionar, a pesar de su experiencia, hacia un escepticismo que explota en el rostro de cualquiera que no quiera seguir engañándose a sí mismo; los malditos debunkers y sus amigos los militares; la próxima revelación del secreto -cojan una silla-; la apropiación emotiva de algunos sucesos por parte de investigadorzuelos hasta extremos ridículos; la caída en picado de los ovnis al puesto decimoquinto de la clasificación de los misterios más misteriosos editados en papel cuché; la salmodia de las visitas, de la presencia extraña y las pruebas inconsistentes; la misma colección de falacias gastadas; las mismas mentes abiertas llenas de aire; la vergüenza ajena que provocan ciertas voces a medio camino entre el ocultismo más obtuso y la poesía de saldo... Todo eso, y más cosas, nos quedan de estos sesenta años de un mito completamente desaforado.
En otras palabras: sesenta años de enredos, atrevimientos, teorías y ocultamientos. Desde lo más absurdo a lo más sensato, todo ha sido dicho, vendido y promulgado en torno a los platillos volantes. «Los ovnis son naves extraterrestres»: flatus vocis para quien no comulgue con ruedas de molino; pero no por ello deja de tener un serio interés tal afirmación. Esta afirmación es una fabricación humana, como cualquier otra que corresponda al más allá, al más acá y al medio acá, si cabe. Así que los interesados, los críticos y los preocupados por la engañifa platillista no dejarán de tener material que interpretar, yacimientos de ideas que explorar, influencias que sacar a la luz, como J. Colavito hizo no hace mucho con los extraterrestres lovecraftianos. La tecnología, el pensamiento ocultista, la exploración espacial, la novela de anticipación, las pesadillas médicas, la investigación científica entendida «a la antigua», individualistamente y a su aire, los contubernios, los secretos de estado, todo ello está presente en la historia ufológica, así que se queja el que quiere, pues materia apta hay para satisfacer la más incontenible curiosidad por la capacidad del ser humano para fabricar realidades paralelas. No parece probable, si no es por medio de una programación deshumanizadora, que estos fenómenos no sigan produciéndose en el futuro.
Los ufólogos -así acabaron denominándose los que se devanan los sesos por este asunto- siempre han sido un poco sombras en la noche, más por imposición que por deseo. Tachados globalmente de parias científicos en la cultura normalizada por culpa de la poderosa influencia de iluminados y mercaderes, unos pocos han cultivado esta especie de arte menor, hecho a partes más o menos iguales de coleccionismo compulsivo y de práctica detectivesca, con discreción, sin alardear de ello, so pena de ser confundidos (como confesó en cierta ocasión Matías Morey) con un urólogo. Algunos, incluso, han dedicado horas de reflexión a muchos episodios sin esperar nada a cambio, más que lo que decentemente se pueda aguardar de cualquier actividad neuronal consciente, ordenada y productiva de acuerdo a nuestros cánones culturales, es decir, de toda elaboración cultural que no consista en engañar miserablemente a tu prójimo mientras te pavoneas.
Buena parte de los interesados ha abandonado la ufología en una proporción mucho mayor que la que sería usual si las cosas funcionaran en ella como en cualquier otro campo de investigación presuntamente científico. Los incombustibles han reordenado su interés: es lo que queda de manifiesto en una encuesta que coordiné el año pasado para la Fundación Anomalía, de la que se desprende que, en general, los ufólogos activos en los años setenta y ochenta mantienen un sano interés recopilatorio y conservacionista de la documentación. El gran descubrimiento no se produjo, y no parece probable que se vaya a producir, así que lo que queda es reunir lo disperso, clasificar la enorme producción cultural que este mito produjo y que, en otra medida, es previsible que siga produciendo. El desierto ufológico que atravesamos, con los pequeños oasis que hallamos en las revistas misteriosísimas, es información valiosa y significativa. Tanto como las fantasías animadas de ayer y hoy testimoniales con que nos tropezábamos cuando un trozo de chatarra espacial fragmentada se precipitaba contra el suelo, o un pedrusco volante rozaba la atmósfera de noche.
A otros puede producirles un cierto sarpullido la ufología y los ovnis; parecen mantener una cierta actitud elitista de la cultura, un prurito para no verse mezclados con los que se preocupan de estas cosas intrascendentes. Quizá habría que recordarles que no hay temas serios y de risa, sino que es el tratamiento que reciben el que puede ser catalogado como tal. Quién sabe: cuando la ubre de la historia oculta se seque, tal vez el gremio de los periodistas especializados en sandeces vuelva a rebuscar en el baúl de cosas viejas para desempolvar los cuentos de la vieja majadera con que impresionarán a los que aún no han tenido tiempo de leer fuentes de confianza. Así que nunca podremos estar seguros; la cultura alternativa, las maravillas relacionadas con el espacio y otros efluvios cerebrales van a estar siempre ahí, bien en primer plano, bien a la espera de volver a aparecer en escena. No sería la primera vez que ocurriera un retorno similar.
El 24 de junio de 2007 se cumplieron sesenta años de la observación de nueve extraños objetos en el estado de Washington por parte de Kenneth Arnold. El lector debe haber sentido en alguna ocasión curiosidad por los ovnis para saber a quién me estoy refiriendo. O haber tenido la inmensa suerte (?) de tener cerca un ufólogo que se lo haya contado un poco como quien cuenta un mito fundacional o, más fríamente, repasa una historia con estilo divulgativo. Esto demuestra que el relato de Arnold no es conocido por todo el mundo, que no traspasó la frontera de Ovnilandia, como sí lo hizo Roswell para convertirse en un lugar común del cuchicheo en torno a los «fenómenos extraños». El caso Arnold es materia para especialistas, para curiosos de hemeroteca, bibliófilos empedernidos y otras gentes para-normales. Queda como una pieza de museo, relativamente no contaminada por la propaganda mediática, a la que acudir para contemplar en ella lo que pasa por ser el relato originario.
Desde entonces, ¿qué tenemos? Pues la historia de un gran fracaso: los casos clásicos han ido cayendo; los ufólogos descubrieron por sí mismos y de primera mano algo que ya era sabido, que los testimonios humanos no pueden ser considerados pruebas científicas; el comportamiento como una moda social -como un estilo musical- de un presunto fenómeno natural o alienígena; la bancarrota científica de autoridades con chaleco de arqueólogo; el correr de esos arbustos rodantes de los westerns cuando los contactados prometieron el aterrizaje de las portentosas naves estelares; el suicidio de unos cuantos fanáticos; la estafa roswelliana y su autopsia; la ira como respuesta ante la pregunta incómoda; la exageración periodística; la consolidación y ampliación de un sector de la industria cultural; la sensación de inexistencia del pasado: cada caso nuevo ha sido presentado como la clave del misterio; la, en buena medida, demonización del supuesto misterio ufológico como consecuencia del alejamiento desde sus orígenes del pensamiento crítico-racional; la sorprendente incapacidad de algunos para evolucionar, a pesar de su experiencia, hacia un escepticismo que explota en el rostro de cualquiera que no quiera seguir engañándose a sí mismo; los malditos debunkers y sus amigos los militares; la próxima revelación del secreto -cojan una silla-; la apropiación emotiva de algunos sucesos por parte de investigadorzuelos hasta extremos ridículos; la caída en picado de los ovnis al puesto decimoquinto de la clasificación de los misterios más misteriosos editados en papel cuché; la salmodia de las visitas, de la presencia extraña y las pruebas inconsistentes; la misma colección de falacias gastadas; las mismas mentes abiertas llenas de aire; la vergüenza ajena que provocan ciertas voces a medio camino entre el ocultismo más obtuso y la poesía de saldo... Todo eso, y más cosas, nos quedan de estos sesenta años de un mito completamente desaforado.
En otras palabras: sesenta años de enredos, atrevimientos, teorías y ocultamientos. Desde lo más absurdo a lo más sensato, todo ha sido dicho, vendido y promulgado en torno a los platillos volantes. «Los ovnis son naves extraterrestres»: flatus vocis para quien no comulgue con ruedas de molino; pero no por ello deja de tener un serio interés tal afirmación. Esta afirmación es una fabricación humana, como cualquier otra que corresponda al más allá, al más acá y al medio acá, si cabe. Así que los interesados, los críticos y los preocupados por la engañifa platillista no dejarán de tener material que interpretar, yacimientos de ideas que explorar, influencias que sacar a la luz, como J. Colavito hizo no hace mucho con los extraterrestres lovecraftianos. La tecnología, el pensamiento ocultista, la exploración espacial, la novela de anticipación, las pesadillas médicas, la investigación científica entendida «a la antigua», individualistamente y a su aire, los contubernios, los secretos de estado, todo ello está presente en la historia ufológica, así que se queja el que quiere, pues materia apta hay para satisfacer la más incontenible curiosidad por la capacidad del ser humano para fabricar realidades paralelas. No parece probable, si no es por medio de una programación deshumanizadora, que estos fenómenos no sigan produciéndose en el futuro.
Los ufólogos -así acabaron denominándose los que se devanan los sesos por este asunto- siempre han sido un poco sombras en la noche, más por imposición que por deseo. Tachados globalmente de parias científicos en la cultura normalizada por culpa de la poderosa influencia de iluminados y mercaderes, unos pocos han cultivado esta especie de arte menor, hecho a partes más o menos iguales de coleccionismo compulsivo y de práctica detectivesca, con discreción, sin alardear de ello, so pena de ser confundidos (como confesó en cierta ocasión Matías Morey) con un urólogo. Algunos, incluso, han dedicado horas de reflexión a muchos episodios sin esperar nada a cambio, más que lo que decentemente se pueda aguardar de cualquier actividad neuronal consciente, ordenada y productiva de acuerdo a nuestros cánones culturales, es decir, de toda elaboración cultural que no consista en engañar miserablemente a tu prójimo mientras te pavoneas.
Buena parte de los interesados ha abandonado la ufología en una proporción mucho mayor que la que sería usual si las cosas funcionaran en ella como en cualquier otro campo de investigación presuntamente científico. Los incombustibles han reordenado su interés: es lo que queda de manifiesto en una encuesta que coordiné el año pasado para la Fundación Anomalía, de la que se desprende que, en general, los ufólogos activos en los años setenta y ochenta mantienen un sano interés recopilatorio y conservacionista de la documentación. El gran descubrimiento no se produjo, y no parece probable que se vaya a producir, así que lo que queda es reunir lo disperso, clasificar la enorme producción cultural que este mito produjo y que, en otra medida, es previsible que siga produciendo. El desierto ufológico que atravesamos, con los pequeños oasis que hallamos en las revistas misteriosísimas, es información valiosa y significativa. Tanto como las fantasías animadas de ayer y hoy testimoniales con que nos tropezábamos cuando un trozo de chatarra espacial fragmentada se precipitaba contra el suelo, o un pedrusco volante rozaba la atmósfera de noche.
A otros puede producirles un cierto sarpullido la ufología y los ovnis; parecen mantener una cierta actitud elitista de la cultura, un prurito para no verse mezclados con los que se preocupan de estas cosas intrascendentes. Quizá habría que recordarles que no hay temas serios y de risa, sino que es el tratamiento que reciben el que puede ser catalogado como tal. Quién sabe: cuando la ubre de la historia oculta se seque, tal vez el gremio de los periodistas especializados en sandeces vuelva a rebuscar en el baúl de cosas viejas para desempolvar los cuentos de la vieja majadera con que impresionarán a los que aún no han tenido tiempo de leer fuentes de confianza. Así que nunca podremos estar seguros; la cultura alternativa, las maravillas relacionadas con el espacio y otros efluvios cerebrales van a estar siempre ahí, bien en primer plano, bien a la espera de volver a aparecer en escena. No sería la primera vez que ocurriera un retorno similar.
domingo, diciembre 14, 2008
Vida en el universo. Del mito a la ciencia
Actualización 22 de diciembre:
La Nave de los Locos
recoge la publicación de Vida en el Universo. Del mito a la ciencia
-------------------------------------------------------------------
Actualización 19 de diciembre:
Magonia
Hipótesis
Marcianitos verdes
Astrobiología y Filosofía (lecturas recomendadas)
recogen la publicación de Vida en el Universo. Del mito a la ciencia
--------------------------------------------------------------------
Actualización 17 de diciembre:
Circular Escéptica
Misterios al descubierto
Canarias al día
recogen la publicación de Vida en el Universo. Del mito a la ciencia
---------------------------------------------------------------------
Vida en el universo. Del mito a la ciencia.
Ricardo Campo (ed.)
Fundación Anomalía
ISBN: 978-84-612-8092-6
219 páginas
http://www.lulu.com/content/5268752
Ha visto la luz, por fin, Vida en el universo. Del mito a la ciencia, una obra colectiva de la que soy editor. En el enlace de compra pueden acceder al índice del libro (que reproduzco más abajo), a la introducción, portada y contraportada.
Quiero dar las gracias a todos los autores por su paciencia y también, redundantemente, a Matías Morey, que diseñó la portada y se encargó de cuestiones técnicas con la imprenta, y a Julio Arcas, que maquetó la obra, ambos amigos y patronos de la Fundación Anomalía.
Vida en el universo. Del mito a la ciencia puede ser adquirida a través de esta dirección: http://www.lulu.com/content/5268752
Se agradece su difusión entre posibles interesados.
--------------------
Vida en el universo. Del mito a la ciencia
Índice
Introducción
PRIMERA PARTE
Los extraterrestres entre nosotros: un mito de la era espacial
Ascenso y caída de los extraterrestres: de los marcianos a la hipótesis psicosociológica
Ignacio Cabria García
(Fundación Anomalía)
Españoles a la caza de marcianos
Luis Alfonso Gámez Domínguez
(Diario El Correo y Círculo Escéptico)
Ovnis, científicos y extraterrestres. Los científicos echan un vistazo
Manuel Borraz Aymerich
(Fundación Anomalía)
Ellos: taxonomía y filogenia de los visitantes
Luis R. González Manso
(Fundación Anomalía)
Extraterrestres y ovnis en el cine. Alienígenas y platillos volantes como argumentos cinematográficos
Matías Morey Ripoll
(Fundación Anomalía)
Conspiraciones y encubrimientos: el mito autoprotector
Ricardo Campo Pérez
(Facultad de Filosofía, ULL)
El chupacabras y el impacto social de una creencia mediatizada
Diego Zúñiga Contreras
(Diario Las Últimas Noticias, Chile)
SEGUNDA PARTE
La Astrobiología y la búsqueda de vida extraterrestre
Los extraterrestres y sus mundos: de los antiguos griegos al proyecto SETI
Ricardo Campo Pérez
(Facultad de Filosofía, ULL)
La vida ¿una rareza o un fenómeno universal?
Manuel Vázquez Abeledo
(Instituto de Astrofísica de Canarias)
Los fundamentos físicos y biológicos de la búsqueda de vida en el universo
Julián Chela-Flores
(Centro Internacional de Física Teórica Abdus Salam, Trieste, Italia)
Exoplanetas: los nuevos mundos
Eduardo Martín Guerrero de Escalante
(Instituto de Astrofísica de Canarias)
"El Gran Silencio”. La paradoja de Fermi y las visitas ET en el pasado
César Esteban López
(Instituto de Astrofísica de Canarias)
El Observatorio de Arecibo y los alienígenas
Daniel Altschuler
(Exdirector del Radiotelescopio de Arecibo, Puerto Rico)
La Nave de los Locos
recoge la publicación de Vida en el Universo. Del mito a la ciencia
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Actualización 19 de diciembre:
Magonia
Hipótesis
Marcianitos verdes
Astrobiología y Filosofía (lecturas recomendadas)
recogen la publicación de Vida en el Universo. Del mito a la ciencia
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Actualización 17 de diciembre:
Circular Escéptica
Misterios al descubierto
Canarias al día
recogen la publicación de Vida en el Universo. Del mito a la ciencia
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Vida en el universo. Del mito a la ciencia.
Ricardo Campo (ed.)
Fundación Anomalía
ISBN: 978-84-612-8092-6
219 páginas
http://www.lulu.com/content/5268752
Ha visto la luz, por fin, Vida en el universo. Del mito a la ciencia, una obra colectiva de la que soy editor. En el enlace de compra pueden acceder al índice del libro (que reproduzco más abajo), a la introducción, portada y contraportada.
Quiero dar las gracias a todos los autores por su paciencia y también, redundantemente, a Matías Morey, que diseñó la portada y se encargó de cuestiones técnicas con la imprenta, y a Julio Arcas, que maquetó la obra, ambos amigos y patronos de la Fundación Anomalía.
Vida en el universo. Del mito a la ciencia puede ser adquirida a través de esta dirección: http://www.lulu.com/content/5268752
Se agradece su difusión entre posibles interesados.
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Vida en el universo. Del mito a la ciencia
Índice
Introducción
PRIMERA PARTE
Los extraterrestres entre nosotros: un mito de la era espacial
Ascenso y caída de los extraterrestres: de los marcianos a la hipótesis psicosociológica
Ignacio Cabria García
(Fundación Anomalía)
Españoles a la caza de marcianos
Luis Alfonso Gámez Domínguez
(Diario El Correo y Círculo Escéptico)
Ovnis, científicos y extraterrestres. Los científicos echan un vistazo
Manuel Borraz Aymerich
(Fundación Anomalía)
Ellos: taxonomía y filogenia de los visitantes
Luis R. González Manso
(Fundación Anomalía)
Extraterrestres y ovnis en el cine. Alienígenas y platillos volantes como argumentos cinematográficos
Matías Morey Ripoll
(Fundación Anomalía)
Conspiraciones y encubrimientos: el mito autoprotector
Ricardo Campo Pérez
(Facultad de Filosofía, ULL)
El chupacabras y el impacto social de una creencia mediatizada
Diego Zúñiga Contreras
(Diario Las Últimas Noticias, Chile)
SEGUNDA PARTE
La Astrobiología y la búsqueda de vida extraterrestre
Los extraterrestres y sus mundos: de los antiguos griegos al proyecto SETI
Ricardo Campo Pérez
(Facultad de Filosofía, ULL)
La vida ¿una rareza o un fenómeno universal?
Manuel Vázquez Abeledo
(Instituto de Astrofísica de Canarias)
Los fundamentos físicos y biológicos de la búsqueda de vida en el universo
Julián Chela-Flores
(Centro Internacional de Física Teórica Abdus Salam, Trieste, Italia)
Exoplanetas: los nuevos mundos
Eduardo Martín Guerrero de Escalante
(Instituto de Astrofísica de Canarias)
"El Gran Silencio”. La paradoja de Fermi y las visitas ET en el pasado
César Esteban López
(Instituto de Astrofísica de Canarias)
El Observatorio de Arecibo y los alienígenas
Daniel Altschuler
(Exdirector del Radiotelescopio de Arecibo, Puerto Rico)
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