Publicado originalmente en Circular Escéptica, 7
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Los nuevos charlatanes
Damian Thompson
Colección Ares y Mares, Editorial Crítica; Barcelona, 2009
(229 páginas).
A grandes rasgos, el mundo alternativo, paranormalista y misterioso «que lo digo yo» ha ido perdiendo interés por la casuística clásica y se escora, poco a poco, hacia una mezcla de conspiranoia de grano grueso, pataleo desequilibrado y ensimismamiento agresivo. Esta deriva en la subcultura ocultista es paralela a la de otras manifestaciones sociales. Si buena parte de la juventud considera un ejercicio recomendable empatar noches de botellón y vómitos, no es de extrañar que los interesados en las cosas del «más allá» sean ahora más agrestes, más solipsistas, más cercanos a la paranoia y más lejanos de cualquier indicio de racionalidad. Un ejemplo importante es el de los chicos de la exopolítica, que estuvieron de vacaciones por Barcelona hace algunas semanas. Su revolución de dos días ya está olvidada, y ahora la van a promocionar por Europa, a ver si por ahí siguen picando. Por el contrario, tenemos ejemplos en la propia cultura popular de ofertas pseudocientíficas menos asilvestradas, más cultivadas; entre ellas «El retorno de los brujos» de Pauwels y Bergier. O los «masaallases» televisivos de Jiménez del Oso en España. En ambos casos abundan las falsedades y las interpretaciones absurdas, pero con un cierto estilo o mesura en la exposición del invento, cierta cautela, incluso. En cambio en lo que va de siglo XXI, nos encontramos al respecto con lo que los sociólogos denominan un medio «cúltico»: «una síntesis de profecía apocalíptica, pseudoarqueología, numerología y racismo», como señala Damian Thompson en su libro «Los nuevos charlatanes», al referirse a una obra del siglo XIX, en la que, como ahora, «las ideas extrañas se mezclan y confunden, libres de las restricciones que imponen las reglas convencionales sobre la evidencia».
Los difusores de contraconocimiento -que es el término que emplea Damian Thompson para referirse a los productos de la cultura alternativa- los conspiracionistas, las fantasías histórico-arqueológicas y la pseudo-terapéutica («en cuanto a los proveedores de medicinas y terapias "alternativas" no están interesados en lo que pueden afirmar con veracidad, sino en lo que pueden llegar a afirmar saliendo impunes, que es distinto») siempre han tenido un cierto nivel de actividad, no surgieron de la noche a la mañana hace diez o veinte años. Lo que ocurre es que todo ello ahora se ha convertido en un magma «internético» que gana adeptos. Este medio cúltico -o cultual- se está integrando en la cultura normalizada: la homeopatía y otras pseudo-medicinas alternativas, el creacionismo (tanto el cristiano como el islámico) y las invenciones astroarqueológicas, ayudadas por una prensa ignorante, se sitúan en el mismo nivel que los conocimientos contrastados. Todas estas cosas son ejemplos destacados de contraconocimiento.
«Los nuevos charlatanes» se ocupa de manera clara de toda esta maraña de pseudoconocimientos. Tiene la ventaja de dedicar un capítulo, «El retorno de la pseudohistoria», a poner de manifiesto que una cosa es la historia y otra la patraña de los historiadores del priorato de Sión, los santos griales y las novelas de Dan Brown. El gremio de los historiadores, desgraciadamente, no parece lo suficientemente preocupado por todos estos embrollos e invenciones. Si hubiese aparecido un número adecuado de réplicas o comentarios en la prensa general, por ejemplo, podrían haber aprovechado para divulgar los métodos de investigación historiográficos y arqueológicos, matando dos pájaros de un tiro. En cierta medida, en Canarias contamos con un buen volumen de réplica a las majaderías pseudo-históricas de los ocultistas locales: «I-dentidad canaria. Los antiguos» (Artemisa Ediciones; La Laguna, 2006). También en el caso de las «pirámides» güimareras los arqueólogos de la Universidad de La Laguna alzaron su voz contra la falsificación histórica, pero no fue suficiente para que durante años se escucharan numerosos disparates históricos, virus que se propaga muy fácilmente.
Por cierto, cuando Thompson asegura que «Si uno cree que el Espíritu Santo existe, nadie puede demostrar que se equivoque. Eso no es contraconocimiento», debería haber añadido que esto es cierto mientras no pretenda convertirlo en una pieza de conocimiento comprobable, porque entonces no serán los escépticos quienes deban buscar pruebas en contra, sino quien afirma la existencia de la conocida paloma quien deberá aportarlas a favor. No hay que confundir una cosa con la otra.
Todos aquellos que pretenden reescribir la historia después de darse una vuelta por el lugar de turno disfrazados de Indiana Jones o los que venden agua «curativa» a precio de caro antibiótico deberían echarle un vistazo al libro Thompson. La manipulación de los datos, el empeño absurdo en hechos que no tuvieron lugar o la difusión de conocimientos arquitectónicos entre continentes, de lo que no existe prueba alguna, figuran en esta más que recomendable obra. Todas estas barbaridades son comercializadas por editores más interesados en hacer caja que en llevar una información meritoria y educadora a sus lectores, al contrario que Thompson. El nivel baja progresivamente, los escrúpulos huyen en desbandada y los expertos miran para otro lado: el contraconocimiento se nos cuela bajo el ropaje de la novedad, cuando en realidad nos intenta atraer con especulaciones ya refutadas en el siglo XIX, con la palabrería de maniáticos de la historia alternativa que parecen directamente inspirados en los chiflados de la «Ahnenerbe» nacionalsocialista; como los negacionistas del holocausto, los negacionistas del SIDA, y los conspiracionistas de los atentados del 11-S, que también reciben atención en el libro, con datos contrastados y con documentación reciente que en su mayor parte no llega a nuestro país porque es más divertido el circo estupefaciente de los pseudos-investigadores (aunque se den una pátina crítico-escéptica a la media hora te venden una estupidez ocultista para niños asustadizos) que el acercamiento crítico a la realidad.
Adquiera usted «Los nuevos charlatanes» de Damian Thompson. Le abrirá su mente y no le entontecerá como un Coelho cualquiera.
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Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
martes, octubre 20, 2009
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1 comentario:
No hay que investigar los nuevos charlatanes, sino cómo se han reciclado en una época de expansión de la ciencia y la técnica. Los charlatanes, como las sectas, las ideas políticas, se han cuidado de reciclarse en sus métodos para seguir existiendo.
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