Los aficionados a los misterios pre-fabricados por empresas de comunicación que cuentan con alguna rama especializada en tales baratijas varían en sus creencias fundamentales en este campo, como es lógico. Tenemos desde el acérrimo creyente en todas o casi todas las pamplinas imaginables al que parece mostrar un atisbo de duda, un indicio de mentalidad mínimamente amueblada, de habilidad innata para cerrar la glotis cuando el Indiana Jones de lo paranormal de turno se dispone a insertarle una gigantesca rueda de molino en forma de alerta ovni, de sábana santa de Turín o de energía biocúantica cuyo desequilibrio es responsable de todo mal. En una sociedad como la que construyen los medios de comunicación esto no es poco, es señal de cierta "sanidad ideológica" (nada más lejos esta metáfora en su significado de la putrefacción de lo políticamente correcto), bien por retener algo del espíritu crítico que es sistemáticamente cercenado por las principales figuras de la investigación de los "misterios" y por la extendidísima ideología de la New Age (a la que pertenecen parte de los primeros en su sección de "vanguardias científicas" y "cambios de paradigmas y de conciencia"), bien porque el paso de tiempo hace salir un callo en la parte del cerebro a la que van dirigidas tales patrañas década tras década.
Este interesado alberga y pone de manifiesto a veces cierta duda, y quizá sea bueno de entrada que así sea, aunque me permitiré dudar, precisamente, de que aquélla sea de tipo escéptico, una duda escéptica con todas las de la ley. Esa duda mínima, que puede formularse con el "no sabemos lo que es" del título de esta nota, es habitual en quien reacciona con cierta moderación ante la crítica escéptica a lo paranormal y misterioso (esa categoría de objetos imaginarios inventada en buena medida por Pawles y Bergier en los años 60 con la revista Planète, a la que tantos hijuelos le salieron luego por todo el mundo), en quien no da coces de entrada, como es habitual y divertido comprobar, sino que intenta salvar los muebles de alguna manera, es decir, con el "hay algo". Me sugiere esta interpretación un reciente comentario que envió un visitante al blog Magonia, de Luis Alfonso Gámez al referirse al programa radiofónico de un conocido convocante de alertas ovni. Se estaba criticando la calidad científica e informativa de este programa, Milenio 3 (no hace falta que lo oigan, no se van a perder nada importante; es preferible que esa hora de la semana lean un libro de Carl Sagan o de la colección de Drakontos Crítica sobre divulgación científica) y, como es lógico, no salía muy bien parado. En su defensa el citado participante argumentó que el presentador no se decanta por la realidad misteriosa e incuestionable de los temas tratados, pero que deja la puerta abierta porque "algo hay". Alguien podría responder: "pero bueno, usted me quiere tomar por tonto, o qué". Porque decir, "algo hay" es como no decir nada, y encima pretender que me lo trague porque sí. Esta es una posibilidad, pero la otra es darse cuenta de que realmente hay algo en "algo hay", mucho más de lo que podría parecer en principio. Es la esencia de la pseudociencias y del pensamiento mágico, del triángulo de las Bermudas, de las pistas de Nazca, de las ruinas en la Luna, de Jesucristo en primera fila del Coliseo romano, de las pirámides construidas por extraterrestres, de las teleplastias y de los tele plastas del misterio. "Algo hay" porque tiene que haberlo, porque el mundo de la creencia en los pseudo-enigmas está basado en la sospecha, en dejar la puerta abierta, en "cuando el río suena agua lleva", en el deseo de que haya algo aunque las pruebas no sean irrefutables ni mucho menos, en que todo este escenario de medias verdades, de realidades imaginadas y nunca demostradas, no sea un castillo de naipes tembloroso ante la más mínima brisa crítica.
Como ya he comentado en otras ocasiones, un mundo esencialmente vacuo como el de los "misterios de la ciencia" se sostiene en una retórica, en frases hechas y en presuposiciones socialmente compartidas. El fenómeno deja de ser si las brujas vuelan en escobas o si los extraterrestres se han acercado a la Tierra para contarnos alguna gilipollez cósmica. El fenómeno es la propia presencia de esos discursos en los medios; consiste en lo que afirman o dan como probable sus proponentes, en las palabras que emplean, en los sobreentendidos, en las chapuceras críticas que dirigen a los escépticos, en cómo presentan unos supuestos hechos, en cómo son creídos como artículo de fe o evaluados -es un decir- como algo plausible por el aficionado medio. El investigador pro-paranormal es una inagotable fuente como objeto de análisis y estudio para el interesado en la construcción sociocultural de "realidades alternativas".
Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
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