Revista DOMINGO, 9 SEPTIEMBRE 2007 LA VANGUARDIA
Los ovnis son un timo. Y la parapsicología, el Yeti , la astrología o el creacionismo, también.
ANIMALES Y RACIONALES
MANUEL DÍAZ PRIETO
Un grupo de científicos edita una colección de libros que denuncian la falsedad de las pseudociencias y aporta datos para la crítica
Quien diga que ha visto extraterrestres, ha hablado con ellos o tiene confirmación de su existencia por medios desconocidos y se permite ilustrarnos sobre sus rasgos físicos y su temperamento como si de perros o gatos se tratara es un desvergonzado, un alucinado con afán propagandista o un engañabobos acostumbrado a aprovecharse
de los necios”. Ricardo Campo, doctorando del Departamento de Filosofía en la Universidad de La Laguna, se ha especializado en el estudio de las creencias populares relacionadas con el mito extraterrestre y su conclusión la resume el título del libro que acaba de publicar: Los ovnis ¡vaya timo! Una obra de divulgación que pretende –con sólidos argumentos y mucho humor– propiciar una mirada crítica sobre una de las más trilladas supercherías que en nuestra cultura se venden cada día como ciertas. Pero los ovnis constituyen sólo uno de los misterios aparentemente sobrenaturales que forman parte de nuestra cotidianidad. “Vivimos rodeados de falsedades pseudocientíficas”, asegura el astrofísico Javier Armentia, director del Planetario de Pamplona y presidente de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, que es la impulsora, junto con la editorial Laetoli, de la colección ¡Vaya Timo! Según Armentia, esta colección se dirige a ese crédulo que llevamos dentro y nos muestra por qué los ovnis, el feng-shui, la astrología y otras modas son verdaderos timos: creencias falsas, vanas ilusiones que nos quitan tiempo y dinero (y a veces la salud). De forma que en ella el lector encontrará argumentos contundentes para pensar críticamente. “En definitiva, para pensar, que es la herramienta más útil que tenemos para librarnos de los timos”.
La parapsicología, el Yeti, la Sábana Santa, el creacionismo y los ovnis ocupan los primeros cuatro títulos. Pero amenazan con más. Lo explica Javier Armentia: “Vendrán más y, posiblemente, muy polémicos, como el de la homeopatía o el de la astrología. Y habrá libros de las caras de Bélmez, del influjo de la luna, de muchas otras cosas. Son necesarios porque hay mucha pseudociencia que se pone de moda y, de hecho, se convierte en un negociete”. Y el astrofísico ofrece como ejemplo el feng-shui: “Cualquiera que lea las bases de esta presuntamente antigua disciplina oriental –que no lo es tanto, realmente– podría concluir que es una estupidez. Ni el mundo se compone de cinco materiales diferentes, ni hay energías positivas o negativas... Y encima pagas 500 euros para que un listillo te diga que tienes que mover la cama de sitio y colocar un colgante horroroso al lado del espejo para mejorar el chi-kung. Es simplemente una tomadura de pelo, un timo.
Paradójicamente, muchos conciudadanos pagan al consultor feng-shui, y hasta muchos arquitectos se lo montan así para ir de chachis y sacar unos extras”. Es frecuente escuchar a los crédulos el argumento de que “la ciencia se ha equivocado muchas veces, y cosas que antes negaba hoy las acepta”, o que “no todo lo que existe puede ser demostrado por la ciencia, hay cosas que ésta no puede estudiar”, o que “los que creemos en lo esotérico y paranormal somos como Galileo, y ustedes los científicos son la nueva Inquisición; algún día nos darán la razón”. “Pero la ciencia –explica el psicólogo Carlos Javier Álvarez, un investigador de la neurociencia cognitiva del lenguaje– se define sobre todo por su método. Y una de sus características es la objetividad: cualquier teoría o hipótesis cobrará visos de verosimilitud y se verá apoyada si –y sólo si– existen datos objetivos, empíricos y fiables que la sustenten”. La psicología sabe desde hace tiempo que no nos podemos fiar de nuestras percepciones, nuestra memoria, nuestra intuición o nuestras experiencias personales. Si queremos ver o encontrar algo, muchas veces lo encontraremos. Por eso es típico en ciencia el uso de instrumentos o técnicas de observación que eviten la posible influencia del factor humano. Si todo esto se hace bien, cualquier resultado experimental debe poder ser repetido por cualquier otro investigador. Sin embargo, nos cuenta Álvarez en su obra La parapsicología ¡vaya timo!, miles de personas afirman tener algún tipo de poder extraordinario, como hablar con los muertos o ver el futuro. Muchos viven precisamente de escribir libros, realizar programas de televisión, formar sectas con adeptos crédulos o vendernos sus extrañas ideas en miles de formas. “Si tan convencidos están, ¿por qué no demuestras sus poderes a través de procedimientos controlados y donde no puedan producirse sencillos trucos de ilusionista o fraudes? ¿Por qué suelen huir cuando se les reta a que lo demuestren?”.
El astrofísico y divulgador científico Carl Sagan decía: “¿Por qué todo fenómeno paranormal desaparece –o no se produce– cuando hay unescéptico delante?”.Yquien mejor parece haber encarnado ese papel de escéptico en la historiamásreciente es el ilusionista estadounidense James Randi, que dedicó gran parte de su vida a poner a prueba y desenmascarar innumerables fraudes relacionados con el mundo de lo paranormal, siguiendo el camino que en el pasado ya había empezado a transitar el célebre escapista Houdini. En la década de 1960, Randi ofreció 1.000 dólares de su bolsillo a la primera persona que ofreciera pruebas objetivas de cualquier fenómeno paranormal, como había hecho en los años 20 la revista Scientific American. Con el tiempo y muchas otras aportaciones, el premio conocido como el Reto de Randi ha aumentado a un millón de dólares. No se pide demasiado: sólo hay que probar cualquiera capacidad o poder de tipo oculto o paranormal en las mismas condiciones que cualquier otro experimento científico en psicología, con los controles adecuados para que no pueda haber trampas. Además, para asegurar la legalidad y objetividad de la prueba, esa fundación no participa en el proceso de comprobación, y el método es pactado entre la persona que supuestamente tiene ese poder y los experimentadores.
“¿No resulta sospecho que en todos estos años nadie haya pasado siquiera los test preliminares de la prueba?”, se pregunta Randi con ironía.
El detector de fantasmas
Pero todas estas evidencias apenas hacen mella en el crédulo que casi todos llevamos dentro. Y todavía hoy mucha gente sigue pensando que Uri Geller realmente doblaba las cucharas con el poder de la mente. Y a pesar de que diversos especialistas nos han mostrado cómo realizaba sus trucos sin necesidad de ningún poder extrasensorial todavía seguimos aceptando la posibilidad de que las ondas mentales retuerzan el metal. Y es que de esta pasión por lo misterioso y de la ancestral credulidad humana se alimentan muchas otras disciplinas de lo que se ha dado en denominar pseudociencias y que podrían definirse como aquellas teorías o creencias que intentan mostrase con un ropaje científico pero que, examinadas de cerca, no cumplen con los presupuestos y requisitos propios de la ciencia. Así florecen disciplinas como la criptozoología (estudio de los animales ocultos), capaces de escribir largos ensayos sobre el Yeti o el monstruo del lago Ness; o la quiromancia, capaz de leer el futuro en las líneas de la mano. Pero una muestra de nuestro nivel de credulidad nos lo ofrece la publicidad de una revista especializada en estos temas, donde se ofertan artefactos como el generador de ondas Beta-Alpha- Theta-Delta, capaz de incrementar la claridad mental. O el poderoso Sello de Salomón, magnetizado especialmente mediante un procedimiento de carga vibracional. O el genial Megabrain, que nos permiteun aprendizaje acelerado, una relajación autógena y equilibrar los chakras.Olos detectores de biomasa, que nos permitirán comprobar si tenemos fantasmas en casa.
¡Menudo timo!
Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
miércoles, septiembre 12, 2007
lunes, septiembre 03, 2007
¿Qué buscan los escépticos?
Mal andamos si alguien se hace esta pregunta. Lo sensato es preguntarse qué buscan los alternativos, los enigmáticos y misteriosos, los gurúes de la hinbestigación y demás embrutecedores de sus semejantes. Qué buscan éstos aparte de dinero, claro.
En su última entrada en Paranormalidades Josué Belda defiende la necesidad de la labor habitual de los críticos y escépticos en el terreno del mercadeo paranormalista, respondiendo a la pregunta ¿Qué buscan los escépticos? Comienza diciendo que muchas veces le han hecho esta pregunta si los escépticos si no creen en las cosas que critican. Como siempre, esta forma de ver las cosas aporta indicios sobre el pensamiento de quien se extraña de la labor de los críticos. Y, como acabo de asegurar, lo extraño es que haya quien se pregunte por el sentido de la crítica; y también lo malo, pero ése es otro tema.
A veces yo me digo que la utilidad de la crítica escéptica es escasa, que el mercado y la mentira -que van de la mano- tienen vidas propias, y con unos anticuerpos poderosos frente a la duda y la vergüenza. Otros días soy más optimista, e incluso me divierte descubrir las debilidades en el razonamiento de los que no tienen mejor ocupación que divulgar estúpidas paridas conspiracionistas o acongojantes relatos de la vieja majadera con los pelos de la nuca erizados y el olor del misterio en sus narices.
Para lo que no es útil el escepticismo es para ir a la tele a participar en un programa-basura. Hace un par de meses me invitaron a la Televisión Canaria (qué suerte que ustedes no la pueden ver) para sentarme a una mesa friki en la que se trataron cosas del "más allá". Aquí, como siempre, los sobrentendidos son muy potentes, así que lo mismo se habló de psicofonías que de algún mamonazo echacartas que estafó a una mujer, como todos esos impresentables que aparecen en la tele cada mañana.
El planteamiento del programa era engañoso: como digo, la hipotética existencia del más allá fue algo que se dio por cierto desde el momento en que al presentador no le interesaba más que fomentar las reacciones semi-histéricas de la misma forma que un puñado de granos de millo (maíz) excita a unas gallinas. Parece que esa dinámica de patio de vecinos envalentonados y vociferantes es lo que demanda el televidente del montón. ¡Qué desperdicio de neuronas por parte de los productores, director y presentador del programa! ¡Coño, con lo sagrado que es el silencio! Alguien podría decirme que éste es uno de los rasgos que determina la superioridad de Cuarto milenio ante el salsarosismo televisivo imperante. No, el citado programa religioso simplemente adopta el estilo característico del ocultismo con pretensiones de normalización social: la metralla paranormalista se arropa con el falso asombro de su telepredicador; las barbaridades son editadas junto con las declaraciones de algún científico despistado o poco concienciado; y las falsedades históricas se presentan como huevos Kinder dirigidos a los adolescentes con cerebro infantil.
Algunas de las perlas del programa televisivo en el que participé fueron:
- Una mujer que mostró un par de fotos de su casa en las que aparecía un fantasma o un retrato que no se hallaba realmente en ese lugar, o cualquier otra combinación que ustedes prefieran y con la que les castañeteen los dientes.
- Un cura que decía que el diablo existe y que el laicismo sólo ha traído que la gente deje de creer en este señor -en el diablo- y en Dios.
- Grabación de una entrevista radiofónica con otro cura (por si era poco el que había en la sala) de Lyon que practica exorcismos. Media hora contando soporíferas chorradas. Me aburrí en el "bakesteich". Según me comentaron, el presentador del programa de humor Cuarto milenio lo entrevistó esa misma semana. Eso de los exorcismos vende, oiga, y a algunos les excita esa mezcla de alteración psiquiátrica y pantomima preconciliar. Qué asco...
- Otro tipo que decía era exorcista y que se enzarzó en una divertida discusión con el cura por quién tiene derecho a hacer estas prácticas. Me reí un rato.
- Por mi parte, una vez que me senté a la mesa, cada vez que intentaba explicar algo con más de veinte palabras me cortaba el presentador. A veces me tocaba con su pierna por debajo de la mesa (estaba al lado) para que interrumpiera a alguno de los sujetos que allí había. ¿Pero para qué, si luego me cortaba a su vez?
- Un parapsicólogo que también hacía limpiezas y que cobraba 30 euros por sesión. Lo llamé desahogado y sujeto sin escrúpulos, o algo así. Lo encajó de puta madre, con torería. Y es que su tarea no consistía en barrer el suelo o en poner la lavadora.
- Un chico flaco como un jockey, muy amanerado, que decía que la oui-ja había causado todos los males imaginables a su familia.
- Una señora que se sentía estafada porque su vidente le pasaba una chuleta de carne por su cuerpo para limpiarla (no piensen mal: la chuleta era una chuleta, no una salchicha).
- Y por último, un tipo que había vivido una experiencia cercana a la muerte, el típico relato. Sólo me dejaron decir que era una cosa que fabrica nuestro cerebro porque... (corte que te pego). Le dije que se desengañara, que no había estado muerto, porque si lo hubiese estado no estaría allí con nosotros, que si se lo dijeron se lo diagnosticaron mal. "Hay que vivirlo para opinar", fue su respuesta, claro.
Como se podrán imaginar, la crítica se muestra incapaz ante un escenario como éste. Su objetivo es otro, no debatir en pie de igualdad; se dirige a las tripas del televidente, en particular al peristaltismo rectal -en sentido figurado-, no a las neuronas. Gran parte de la televisión puede quedar así retratada.
¿Qué buscan, por tanto, de nuevo, los escépticos?
Semanas atrás, en el Golem blog su autor se hacía eco de un artículo de Fernando Savater en El País en torno a la cándida pretensión de renombrados autores por llevar la nueva buena atea a las conciencias de sus lectores. Fernando Savater, con un poco de ironía, aseguraba:
Daniel Dennett, Richard Dawkins, Michel Onfray, Sam Harris, André Comte-Sponville, Christopher Hitchens... En ese catálogo, los autores anglosajones destacan por su agresividad y también por un cierto candor misionero en su refutación de las viejas creencias. Incluso dedican numerosas páginas a demoler las pruebas tradicionales de la existencia de Dios (que no han mejorado desde Tomás de Aquino), empeño que a estas alturas del siglo XXI, y con Hume, Kant y Freud a nuestras espaldas, resulta casi conmovedor de puro antiguo, como bordar fundas para almohadas o algo así.
La clave del texto de Savater se encuentra en esta frase, que es precisamente la que más sorprendió a Ángel "Gólem":
Al parecer dan por descontado que aportando razones lograrán librar a los ilusos de convicciones que, ay, ninguno de ellos ha adquirido por vía racional.
Yo apunté en los comentarios de la entrada que, precisamente, suele ser inútil convencer a un creyente religioso con argumentos racionales, de la misma forma que es imposible convencer a quien cree que existen numerosos restos de presencia extraterrestre en la arquitectura antigua de que no existen pruebas científicas que avalen tal sospecha.
Se trata del pensamiento mágico o esotérico (y su degradación en pensamiento ocultista en el siglo XIX). Las vías para llegar a lo que pueda ser un convencimiento son totalmente distintas de las del pensamiento racional. El pensamiento mágico parte de unas conclusiones (influidas por muchos factores, entre ellos los emotivos) y busca pruebas, indicios que las confirmen (la existencia de Dios, la presencia de extraterrestres en la antigüedad, la existencia de un más allá donde perdure la conciencia, etc.).
Por eso, el intento de Dawkins y demás está en buena medida condenado al fracaso: no hablan el mismo "idioma" que los creyentes, y normalmente es como intentar dialogar con una pared.
Este importante aspecto del debate entre pensamiento racional y creencias mágicas es tratado por Wiktor Stoczkowski en Para entender a los extraterrestres (Acento Editorial, Madrid, 2001). La terminología empleada por el etnólogo es racionalidad productiva (la de las ciencias que se someten a la contrastación empírica) y racionalidad restringida (la de las creencias apriorísticas, por ejemplo, la presencia de astronautas extraterrestres en la antigüedad, que es el caso analizado en la obra citada). El libro de Stoczkowski, aun no siendo de digestión sencilla, pues obliga a pensar al lector -como bien dice el autor en la introducción- es útil para entender por qué ocupan ciertos nichos culturales las creencias alternativas, en qué y cómo se fundamentan, y por qué la crítica a la manera de Dawkins y otros no supone un verdadero riesgo para la pervivencia de estos constructos, a no ser que el propio individuo que los alberga en su mente abra la puerta y deje pasar a Dawkins y compañía. Si no, se quedarán fuera mientras el creyente (en lo que sea) permanece en su casa psicosocial a resguardo de quien no sabe, ni intuye, ni sospecha.
Quizá mi comentario pudo dar la impresión de que lo mejor que podemos hacer los críticos es abandonar nuestra labor, en vista de una aparente inutilidad. Pues no, sin duda. Afortunadamente, el planteamiento de Stoczkowski, siendo como es realista y atenido a la complejidad del mundo de las ideas, no lleva aparejada la inoperancia de la crítica -algo que ni siquiera es necesario que haga explícito desde el momento en que somete a un potente análisis a una fabricación como es la astroarqueología-; al contrario, en nuestra sociedad de la hiper-información no podemos pensar que todas las mentes estén cerradas ante la racionalidad productiva, ante el pensamiento crítico. Abundan los ejemplos de personas que, en tiempos, fueron creyentes, y luego evolucionaron hacia una interpretación de la realidad que -prefiero referirme a ella por vía negativa- no es la del mercadillo en el que trabajan los Pepe Gotera y Otilio del misterio y los enigmas. Ésta es, pues, nuestra razonable esperanza.
En definitiva: los escépticos no escriben para los magufos, normalmente: lo hacen para los creyentes que se inician, para los curiosos, para los que no se han dejado embaucar aún por la parafernalia mercantilista de los enigmas misteriosos y de los misterios enigmáticos, por las energías alternativas y por los alternativos energético$. Y empezamos a constatar que algunas voces perciben la utilidad social de la crítica escéptica (entrada del día 8 de agosto), cosa que hace sentirse a los mercaderes de cosas raras enigmáticas y supercalifragilísticas como a los responsables de una multinacional hamburguesera cuando a aquel fulano le dio por pasarse un mes comiendo sus Delikatessen, y hacerlo público. Dense un salto, si su estómago lo aguanta, por los comentarios de algunas entradas recientes del blog de Luis Alfonso Gámez. Ése es el nivel de los divulgadores de misterios españoles, reacción propia de garrapatas que son incomodadas en su idílico paraíso chupóptero de las mentes juveniles-juveniles y misteriófilas. A ver si empezamos a pensar por nosotros mismos, no guiados por la fuerza magnética de la cuenta corriente de cuatro iluminados con chaleco de arqueólogo, que ya tenemos edad...
Lo que buscan los escépticos, aunque a usted le repatee, le irrite y le enoje hasta el babeo rabioso, es lo que Josué Belda expone en su entrada. Se lo lee tranquilamente por la mañana, por la tarde y por la noche durante una semana. No tema aumentar la dosis, que no le causará intoxicación alguna.
En su última entrada en Paranormalidades Josué Belda defiende la necesidad de la labor habitual de los críticos y escépticos en el terreno del mercadeo paranormalista, respondiendo a la pregunta ¿Qué buscan los escépticos? Comienza diciendo que muchas veces le han hecho esta pregunta si los escépticos si no creen en las cosas que critican. Como siempre, esta forma de ver las cosas aporta indicios sobre el pensamiento de quien se extraña de la labor de los críticos. Y, como acabo de asegurar, lo extraño es que haya quien se pregunte por el sentido de la crítica; y también lo malo, pero ése es otro tema.
A veces yo me digo que la utilidad de la crítica escéptica es escasa, que el mercado y la mentira -que van de la mano- tienen vidas propias, y con unos anticuerpos poderosos frente a la duda y la vergüenza. Otros días soy más optimista, e incluso me divierte descubrir las debilidades en el razonamiento de los que no tienen mejor ocupación que divulgar estúpidas paridas conspiracionistas o acongojantes relatos de la vieja majadera con los pelos de la nuca erizados y el olor del misterio en sus narices.
Para lo que no es útil el escepticismo es para ir a la tele a participar en un programa-basura. Hace un par de meses me invitaron a la Televisión Canaria (qué suerte que ustedes no la pueden ver) para sentarme a una mesa friki en la que se trataron cosas del "más allá". Aquí, como siempre, los sobrentendidos son muy potentes, así que lo mismo se habló de psicofonías que de algún mamonazo echacartas que estafó a una mujer, como todos esos impresentables que aparecen en la tele cada mañana.
El planteamiento del programa era engañoso: como digo, la hipotética existencia del más allá fue algo que se dio por cierto desde el momento en que al presentador no le interesaba más que fomentar las reacciones semi-histéricas de la misma forma que un puñado de granos de millo (maíz) excita a unas gallinas. Parece que esa dinámica de patio de vecinos envalentonados y vociferantes es lo que demanda el televidente del montón. ¡Qué desperdicio de neuronas por parte de los productores, director y presentador del programa! ¡Coño, con lo sagrado que es el silencio! Alguien podría decirme que éste es uno de los rasgos que determina la superioridad de Cuarto milenio ante el salsarosismo televisivo imperante. No, el citado programa religioso simplemente adopta el estilo característico del ocultismo con pretensiones de normalización social: la metralla paranormalista se arropa con el falso asombro de su telepredicador; las barbaridades son editadas junto con las declaraciones de algún científico despistado o poco concienciado; y las falsedades históricas se presentan como huevos Kinder dirigidos a los adolescentes con cerebro infantil.
Algunas de las perlas del programa televisivo en el que participé fueron:
- Una mujer que mostró un par de fotos de su casa en las que aparecía un fantasma o un retrato que no se hallaba realmente en ese lugar, o cualquier otra combinación que ustedes prefieran y con la que les castañeteen los dientes.
- Un cura que decía que el diablo existe y que el laicismo sólo ha traído que la gente deje de creer en este señor -en el diablo- y en Dios.
- Grabación de una entrevista radiofónica con otro cura (por si era poco el que había en la sala) de Lyon que practica exorcismos. Media hora contando soporíferas chorradas. Me aburrí en el "bakesteich". Según me comentaron, el presentador del programa de humor Cuarto milenio lo entrevistó esa misma semana. Eso de los exorcismos vende, oiga, y a algunos les excita esa mezcla de alteración psiquiátrica y pantomima preconciliar. Qué asco...
- Otro tipo que decía era exorcista y que se enzarzó en una divertida discusión con el cura por quién tiene derecho a hacer estas prácticas. Me reí un rato.
- Por mi parte, una vez que me senté a la mesa, cada vez que intentaba explicar algo con más de veinte palabras me cortaba el presentador. A veces me tocaba con su pierna por debajo de la mesa (estaba al lado) para que interrumpiera a alguno de los sujetos que allí había. ¿Pero para qué, si luego me cortaba a su vez?
- Un parapsicólogo que también hacía limpiezas y que cobraba 30 euros por sesión. Lo llamé desahogado y sujeto sin escrúpulos, o algo así. Lo encajó de puta madre, con torería. Y es que su tarea no consistía en barrer el suelo o en poner la lavadora.
- Un chico flaco como un jockey, muy amanerado, que decía que la oui-ja había causado todos los males imaginables a su familia.
- Una señora que se sentía estafada porque su vidente le pasaba una chuleta de carne por su cuerpo para limpiarla (no piensen mal: la chuleta era una chuleta, no una salchicha).
- Y por último, un tipo que había vivido una experiencia cercana a la muerte, el típico relato. Sólo me dejaron decir que era una cosa que fabrica nuestro cerebro porque... (corte que te pego). Le dije que se desengañara, que no había estado muerto, porque si lo hubiese estado no estaría allí con nosotros, que si se lo dijeron se lo diagnosticaron mal. "Hay que vivirlo para opinar", fue su respuesta, claro.
Como se podrán imaginar, la crítica se muestra incapaz ante un escenario como éste. Su objetivo es otro, no debatir en pie de igualdad; se dirige a las tripas del televidente, en particular al peristaltismo rectal -en sentido figurado-, no a las neuronas. Gran parte de la televisión puede quedar así retratada.
¿Qué buscan, por tanto, de nuevo, los escépticos?
Semanas atrás, en el Golem blog su autor se hacía eco de un artículo de Fernando Savater en El País en torno a la cándida pretensión de renombrados autores por llevar la nueva buena atea a las conciencias de sus lectores. Fernando Savater, con un poco de ironía, aseguraba:
Daniel Dennett, Richard Dawkins, Michel Onfray, Sam Harris, André Comte-Sponville, Christopher Hitchens... En ese catálogo, los autores anglosajones destacan por su agresividad y también por un cierto candor misionero en su refutación de las viejas creencias. Incluso dedican numerosas páginas a demoler las pruebas tradicionales de la existencia de Dios (que no han mejorado desde Tomás de Aquino), empeño que a estas alturas del siglo XXI, y con Hume, Kant y Freud a nuestras espaldas, resulta casi conmovedor de puro antiguo, como bordar fundas para almohadas o algo así.
La clave del texto de Savater se encuentra en esta frase, que es precisamente la que más sorprendió a Ángel "Gólem":
Al parecer dan por descontado que aportando razones lograrán librar a los ilusos de convicciones que, ay, ninguno de ellos ha adquirido por vía racional.
Yo apunté en los comentarios de la entrada que, precisamente, suele ser inútil convencer a un creyente religioso con argumentos racionales, de la misma forma que es imposible convencer a quien cree que existen numerosos restos de presencia extraterrestre en la arquitectura antigua de que no existen pruebas científicas que avalen tal sospecha.
Se trata del pensamiento mágico o esotérico (y su degradación en pensamiento ocultista en el siglo XIX). Las vías para llegar a lo que pueda ser un convencimiento son totalmente distintas de las del pensamiento racional. El pensamiento mágico parte de unas conclusiones (influidas por muchos factores, entre ellos los emotivos) y busca pruebas, indicios que las confirmen (la existencia de Dios, la presencia de extraterrestres en la antigüedad, la existencia de un más allá donde perdure la conciencia, etc.).
Por eso, el intento de Dawkins y demás está en buena medida condenado al fracaso: no hablan el mismo "idioma" que los creyentes, y normalmente es como intentar dialogar con una pared.
Este importante aspecto del debate entre pensamiento racional y creencias mágicas es tratado por Wiktor Stoczkowski en Para entender a los extraterrestres (Acento Editorial, Madrid, 2001). La terminología empleada por el etnólogo es racionalidad productiva (la de las ciencias que se someten a la contrastación empírica) y racionalidad restringida (la de las creencias apriorísticas, por ejemplo, la presencia de astronautas extraterrestres en la antigüedad, que es el caso analizado en la obra citada). El libro de Stoczkowski, aun no siendo de digestión sencilla, pues obliga a pensar al lector -como bien dice el autor en la introducción- es útil para entender por qué ocupan ciertos nichos culturales las creencias alternativas, en qué y cómo se fundamentan, y por qué la crítica a la manera de Dawkins y otros no supone un verdadero riesgo para la pervivencia de estos constructos, a no ser que el propio individuo que los alberga en su mente abra la puerta y deje pasar a Dawkins y compañía. Si no, se quedarán fuera mientras el creyente (en lo que sea) permanece en su casa psicosocial a resguardo de quien no sabe, ni intuye, ni sospecha.
Quizá mi comentario pudo dar la impresión de que lo mejor que podemos hacer los críticos es abandonar nuestra labor, en vista de una aparente inutilidad. Pues no, sin duda. Afortunadamente, el planteamiento de Stoczkowski, siendo como es realista y atenido a la complejidad del mundo de las ideas, no lleva aparejada la inoperancia de la crítica -algo que ni siquiera es necesario que haga explícito desde el momento en que somete a un potente análisis a una fabricación como es la astroarqueología-; al contrario, en nuestra sociedad de la hiper-información no podemos pensar que todas las mentes estén cerradas ante la racionalidad productiva, ante el pensamiento crítico. Abundan los ejemplos de personas que, en tiempos, fueron creyentes, y luego evolucionaron hacia una interpretación de la realidad que -prefiero referirme a ella por vía negativa- no es la del mercadillo en el que trabajan los Pepe Gotera y Otilio del misterio y los enigmas. Ésta es, pues, nuestra razonable esperanza.
En definitiva: los escépticos no escriben para los magufos, normalmente: lo hacen para los creyentes que se inician, para los curiosos, para los que no se han dejado embaucar aún por la parafernalia mercantilista de los enigmas misteriosos y de los misterios enigmáticos, por las energías alternativas y por los alternativos energético$. Y empezamos a constatar que algunas voces perciben la utilidad social de la crítica escéptica (entrada del día 8 de agosto), cosa que hace sentirse a los mercaderes de cosas raras enigmáticas y supercalifragilísticas como a los responsables de una multinacional hamburguesera cuando a aquel fulano le dio por pasarse un mes comiendo sus Delikatessen, y hacerlo público. Dense un salto, si su estómago lo aguanta, por los comentarios de algunas entradas recientes del blog de Luis Alfonso Gámez. Ése es el nivel de los divulgadores de misterios españoles, reacción propia de garrapatas que son incomodadas en su idílico paraíso chupóptero de las mentes juveniles-juveniles y misteriófilas. A ver si empezamos a pensar por nosotros mismos, no guiados por la fuerza magnética de la cuenta corriente de cuatro iluminados con chaleco de arqueólogo, que ya tenemos edad...
Lo que buscan los escépticos, aunque a usted le repatee, le irrite y le enoje hasta el babeo rabioso, es lo que Josué Belda expone en su entrada. Se lo lee tranquilamente por la mañana, por la tarde y por la noche durante una semana. No tema aumentar la dosis, que no le causará intoxicación alguna.
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