lunes, junio 11, 2018

viernes, marzo 09, 2018

Reseña de El fenómeno ovni en Canarias

Vicente-Juan Ballester Olmos acaba de publicar una elogiosa  reseña en su blog Fotocat sobre mi libro El fenómeno ovni en Canarias. Desde el siglo XVIII a 1980. Agrego aquí su texto. También es accesible desde este enlace de Academia:

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Canarias y los ovnis
Hay dos estilos de enfocar el estudio de incógnitas de la naturaleza, de la historia o de la sociedad. Una es tratar de resolver los misterios aplicando los conocimientos de la ciencia y otra perpetuarlos para su explotación comercial. Es la diferencia entre investigación y estafa. Así lo expresa Diego Zúñiga en su libro “Noticias de Marte”: “…la mayor paradoja de la ufología: ese gusto por premiar la ineficiencia. Si explicas un caso eres aburrido en términos mediáticos. ¿A quién le puede interesar la solución de un enigma? En cambio, si eres un inepto, si cada uno de los casos que llega a tus manos es calificado de “inexplicable”, entonces sí eres carne de los medios, eres reconocido y aplicado como “ufólogo” (p. 142). Y su prologuista, Sergio Sánchez, apuntala: “…el timo, el plagio y la estupidez han demostrado ser compañeros inseparables de la ufología mediática”.
Un distinguido ejemplo del acercamiento metódico, austero y riguroso -pero del todo compatible con una lectura amena- es el que nos ofrece Ricardo Campo, doctorado en Filosofía y ya veterano estudioso de los informes sobre objetos volantes no identificados en su Canarias natal con su nuevo (y tercer) libro, titulado “El fenómeno OVNI en Canarias” (desde el siglo XVIII hasta 1980). Y ya me apresuro a etiquetarlo: si hubiera un Planeta que premiara la excelencia en “investigación ovni”, Campo se habría hecho acreedor al mismo. Cuando la explotación inmisericorde de un asunto de interés popular -en este caso, la leyenda de los “platillos volantes”- es la tónica general de la producción editorial en España (sin extenderme a otros medios), este primer volumen sobre la historia de la casuística ovni en Canarias brilla por sí solo.   
Las Canarias, esa parte insular de España más cercana a África que a Europa, posee un rico patrimonio de narraciones de fenomenología ovni. Esto se debe a varios factores, entre los que destaca la observación desde el archipiélago de los efectos luminosos del disparo de misiles balísticos estadounidenses entre 1974 y 1979 y a la actividad propagandística del periodista aficionado y obseso de los extraterrestres, el tinerfeño Paco Padrón.
En una introducción que no tiene desperdicio y que sublima el conocimiento enajenado durante 30 años de estudio, Campo afirma: Me atrevo a asegurar que buena parte de lo que usted ha leído sobre ovnis o todo aquello en lo que cree al respecto con la mayor sinceridad…puede ser completamente falso, producto sólo de mercadotecnia y de sus deseos de creer (p. 13).
Cuando el autor compara los histogramas estadísticos de 4.915 informes generados en la España peninsular con los 319 casos canarios entre 1947 y 1980, señala ser “equivalentes” (p. 39). Yo me he molestado en computar el coeficiente de correlación entre ambas series y resulta un valor de 0,9 (0,868 para ser exactos), lo que, efectivamente, demuestra que las tendencias de creación de informes ovni en territorios separados 2.000 kilómetros son iguales. Y ello se debe a una misma lengua y un caudal de noticias (y de influencias) paralelo.   
Las Islas Afortunadas parece que también lo son en magnitud de fenómenos ovni. Al menos, de ciertos tipos de historias ovni. De un censo nacional inédito de 975 informes de “aterrizaje” (V.J. Ballester Olmos, 2018), he tabulado, por ejemplo, los casos conocidos en la España peninsular y las Islas Canarias, en relación con su población (censo de 1970) y encuentro que la tasa de informes en Canarias triplica la media española, para este tipo de relato:
Habitantes (000) Casos Casos/Millón
España 33.485 884 26,4
Canarias      1.171                       91 75,8
Estoy convencido de que cuando el autor finalice su magna obra y analice estadísticamente su catálogo de observaciones, nos dará cumplida respuesta para esta desproporción específica. En la última investigación sobre la relación población-informes ovni, el físico Julio Plaza del Olmo advirtió sobre 9.000 casos españoles que, a mayor número de habitantes, mayor es la tasa de informes, lo que sería de esperar en un fenómeno sociológico aleatorio (Journal of Scientific Exploration, Vol. 29, No. 3, pp. 425-448, 2015).
La fórmula seguida por el autor para exponer las más de trescientas historias del periodo estudiado consiste en redactar un informe que comprime toda la información conocida de cada suceso -muchos encuestados o re-encuestados de primera mano-, incorporando el análisis del avistamiento, disquisiciones pertinentes y planteamiento de la explicación favorecida, cuando se encuentra. El tamaño de la memoria resultante es función de la documentación que se conserva: de media página a 22 páginas.  
Nuestro doctor Campo no persigue la resolución de los casos a machamartillo. Cuando tiene a su disposición elementos de juicio suficientemente objetivos, da el caso por cerrado; cuando no, simplemente es un cold case, dicho en términos policiales americanos. De hecho, de los 319 casos que ha recogido, investigado y expuesto en este primer volumen, solo 196 quedan explicados. Un “bajo” 61% si consideramos que las estadísticas mundiales más profesionales -las del GEIPAN francés- señalan que el índice de informes sin resolver de los últimos 10 años es sólo del 2%. Pero con tantas noticias con un nivel informativo a nivel de basura, el porcentaje canario incluso es alto.
Campo ha sabido asesorarse bien por múltiples técnicos y especialistas en varias materias científicas. Cada informe termina con la relación completa de la bibliografía consultada, de forma que cualquier estudioso puede reconstruir la argumentación. 
El libro pasa revista a algunos casos clásicos, que hemos leído en otros libros, aunque tratados desde una perspectiva dispar, y muchos otros desconocidos. Pero hemos visto que muchos de ellos acaban siendo ejemplos -a veces, sí, atrayentes, hasta seductores- de fenómenos naturales o artificiales no reconocidos por los observadores. La panoplia de avistamientos es amplísima, absurdamente incoherente y caótica, tan aleatoria como es el impacto que a cada uno produce la visión por sorpresa de algo que no sabe reconocer. Aviones, cuerpos celestes, globos, bólidos, misiles, reentradas, satélites artificiales, embarcaciones, sin olvidar algunos fraudes testimoniales o fotográficos, un largo elenco de confusiones potenciales que Campo aborda sin complejos.  
Esta metodología pone de manifiesto tanto que avistamientos aparentemente extraños esconden realmente revelaciones insustanciales o comunes, cuanto la incapacidad, negligencia o mala fe de esos reporteros del misterio cuya misión en la vida parece ser encontrar unas presuntas narraciones extraordinarias. 
Hay entre los muchos acontecimientos que el libro reseña y enjuicia, algunos intrigantes, curiosos o espectaculares, con independencia de su esencia o condición. Y prefiero que los descubra el lector por sí mismo. Casos de aparente alta extrañeza, como la peripecia que dice haber vivido Isabel Almeida en el verano de 1958 o 1959 (pp. 112-122) de su encuentro con una esfera de luz que llevaba una persona dentro (aterrizaje con humanoide, en la jerga ufológica) y que Campo califica de “experiencia privada, ya fuera un sueño u otro estado transitorio”. Y es que hay un debate actual en torno a si esos eventos marginales unipersonales no son otra cosa que manifestaciones de “falsos recuerdos”, como Loftus y otros académicos han estudiado. Eso dejaría una opción más entre la pura realidad y la mentira: una especie de fantasía psicológica no patológica y no premeditada.
Naturalmente que no se tiene una explicación terminante y segura para diversos sucesos. Pero hay dos factores que contribuyen a ello: la antigüedad de los hechos y la falta de investigación contemporánea de los mismos. A cuarenta, treinta o veinte años vista, investigar un episodio, en el que hay mucho de impresión y de emoción, resulta virtualmente imposible. Y menos racionalizarlo. 
Resulta obvio que seguirá habiendo ovnis, vamos, avistamientos de ovnis. Porque siempre habrá alguien que no sepa identificar lo que ve. Y en la medida que esté imbuido por informaciones espurias, mayor será la disociación entre la observación real y la contada. Además, la investigación ufológica, al no ser parte de nada reglado o reglable, se realiza a nivel amateur -aunque sea por titulados y expertos-, a tiempo parcial, sin el instrumental óptimo ni el apoyo técnico necesario. En tales condiciones, es innegable que siempre quedarán casos sin resolver. El “residuo” falaz.
En sus artículos, Campo ha usado el término “hinbestigasión” para calificar lo que practican algunos epistularicidas (mi neologismo para los asesinos de las letras) que en realidad venden historias recordadas como hechos fidedignos y exactos, amparándose y aupándose en toda suerte de errores de observación por testigos que resultan asombrados ante la aparición de fenómenos naturales o artificiales, triviales o no, que son incapaces de explicar, que de buena fe malinterpretan y cuya apariencia tergiversan groseramente. Fenómenos normales que se convierten en extraordinarios en virtud de la sorpresa o la inquietud del perceptor, de su estado psicológico y de otros muchos factores humanos que potencian o alteran su sensibilidad sensorial. A tales confusiones visuales -ilusiones- hay que añadir una variada gama de alucinaciones pasajeras, incidentes de parálisis del sueño, falsos recuerdos, etc. Tal “hinbestigador” pretende hacer pasar la simple anotación o transcripción de la evocación de una “experiencia” por parte de un confundido testigo por una verdadera encuesta técnica o científica. 
Ricardo Campo es la antítesis del mal investigador. Es minucioso, documentado, preciso en la adquisición de datos y en su evaluación. Se nota que quiere llegar al fondo de las cosas y no quedarse en cuentos chinos que complacen a unos o que sirven para reforzar las creencias de otros. Porque la ufología -si es que el vocablo tiene algún sentido- debe significar la manera ordenada de acceder a lo que el observador ha visto o experimentado sin influirle, no una mera lectura de las impresiones personales subjetivas e imprecisas que narran algunos declarantes.
Ese genuino proceso de investigación es laborioso y los textos de Campo son la punta de un iceberg. Detrás hay un dilatado periodo de comprobaciones, averiguaciones y consultas que buscan trazar la verdad. Pero en ufología es la creencia y la posverdad lo que impera. Por ello no es de extrañar que la academia, quien detenta el saber, la cultura o la ciencia, o los poderes de los estados, no otorguen a esta materia ningún interés. Hubo un tiempo en que científicos, revistas especializadas, universidades y gobiernos se ocuparon del asunto de los ovnis. Eso ya pasó a la historia al constatar la falta de argumentos de los proponentes y la ausencia de evidencia de un fenómeno extraño. 
El avezado lector de libros sobre ovnis de autores ilusos o crédulos (por incompetencia, ingenuidad, interés crematístico y/o creencia) no pasará por alto que nunca hay dos ovnis (máquinas aéreas) iguales, ni tampoco dos humanoides (seres vinculados) idénticos. Normal. Porque esas imágenes son el fruto de la imaginación exaltada del que narra en primera persona. Esas ensoñaciones, que pueden partir o no de un avistamiento inicial real, pero de distinta naturaleza, son creaciones del córtex cerebral del partícipe de la visión y si se recogen sin más y se ponen negro sobre blanco y se transmiten a una desprevenida audiencia, se convierte en un ejercicio falso.   
Si la guitarra del genial Woody Guthrie era una “máquina de matar fascistas”, la obra del filósofo Campo es una apisonadora para las observaciones equívocas. Si ejercicios de averiguación y pesquisa semejantes se desarrollaran en otras regiones, la incidencia de incidentes ovni misteriosos descendería abruptamente. Pero la moda actual de lanzar libros recopilatorios de toda suerte de misterios y leyendas locales, cuyos autores representan al anti-cronista, va en sentido opuesto a la racionalización y opta por la novelización de ciertos sucesos tradicionales. 
Y si de filósofos hablamos, tengo la excusa para citar una notable reflexión de Fernando Sabater, que dejó escrita en su artículo “Drogas”, publicado en El País del 17 de febrero pasado y que bien se aplica a nuestro problema: “Las supersticiones son consideraciones falsas acerca de lo real, más influidas por el miedo que por la observación, a las que cualquier circunstancia vale como refrendo y nada sirve como refutación”.
En la literatura científica o académica a lo largo de la historia hay algunos textos de referencia obligada. Son normalmente libros que marcan un antes y un después de su aparición en la disciplina correspondiente. Esta obra de Ricardo Campo, profunda y minuciosa, pero de fácil aprehensión, es un ejemplo de lo que significa el término esencial. Y lo es por dos razones fundamentales: por la información que aporta (enorme, cuidada, contrastada y bien escrita) y por las conclusiones definitivas que podemos deducir. Un libro de texto, en mayúsculas. Si yo fuera Rector de universidad o responsable de Educación preuniversitaria, incluiría este libro entre los recursos normalizados de los estudiantes, como el mejor antídoto contra el sensacionalismo, la charlatanería y el oscurantismo que rodean la falsa creencia en los platillos volantes y en los ovnis extraterrestres.
Este tomo de casi 700 páginas, denso en lo intelectual pero liviano en su comprensión, cubre únicamente los poco más de trecientos informes ovni canarios conocidos hasta 1980. Esto denota la cantidad -y calidad- del trabajo de investigación de campo de Campo.   
El libro tiene también un fantástico nivel de 304 ilustraciones, entre fotografías, dibujos, mapas, tablas y cartas celestes. “El fenómeno OVNI en Canarias”, un ejemplar que no puede dejar de constar en su biblioteca se puede comprar al excelente precio de 20 euros a través del siguiente enlace: 
Dr. Ricardo Campo Pérez, autor.

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