¿Por qué tantos medios de comunicación se muestran incapacitados para distinguir, y segregar convenientemente, la cultura de la pseudocultura? Toda esa cuadrilla de tarotistas, adivinadores, limpiadores de «energías» positivas y negativas e investigadores de lo paranormal que muestran sus taras intelectuales se han colado en nuestras televisiones y radios locales como si fuesen uno más, como si estuviesen a la altura de la desaparecida «La clave» o de una retransmisión radiofónica desde la ópera de Milán. Los presentadores los adulan, los tratan con condescendencia, los igualan al científico que, cual bicho raro -y no me refiero al inexistente Nessie o Yeti- y por casualidad ha intervenido inmediatamente antes. El caso más reciente del que tengo conocimiento fue la intervención de psicólogo social Luis Díaz Vilela, del Departamento de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional de la Universidad de La laguna, hace unos pocos meses en una radio local tinerfeña para hablar del curso interdisciplinar "Ciencia y pseudociencia: realidades y mitos", que dirigió este año. Nada más finalizada su entrevista, y sin solución de continuidad, dos próceres de la irracionalidad local ofrecieron su visión de lo paranormal, no fuera que los oyentes y la superficial presentadora estuviesen expuestos al escepticismo durante demasiado tiempo.
Risueños presentadores, más o menos amanerados, presentadoras más o menos partidistas, malas de libro, predispuestas a lo facilón, y sus paranormales invitados, son incapaces de distinguir entre una opinión personal y un descarado y ridículo fraude. O entre una imaginación personal cercana al delirio y un juicio basado en la interpretación de unos hechos contrastados. Hay periodistas buenos y malos, y luego otros fuera de categoría por lo bajo, que si no cantan tanto como los malos médicos sí lo hacen más que los malos zapateros, porque aquéllos dan la cara o la voz en los medios. Todos los paranormalistas, todos, adivinen el futuro todo el día o a ratitos, mediante «flashes» (¿Vd. se lo cree?; yo no), echen las cartas o perpetren programas radiofónicos sobre misterios caducos pertenecen a la misma murga, al mismo club social de compadreo paranormal, a la misma fábrica de misterios S.A., a la misma tienda de productos para engañabobos; sólo hay pequeñas variaciones de estilo, más chulos unos que otros para sacar a pasear su falaz lengua y confundir y engañar miserablemente al oyente o televidente, arropados éstos por un disfraz de investigador con chaleco multibolsillos y aquéllos lindando sin pudor con lo freak, con lo monstruoso, con lo ridículamente monstruoso (y qué más quisieran los citados que ser auténticos monstruos, de los que estamos tan necesitados en estos tiempos ahormados y normalizados); su labor no es más que la de mamporreros del desorden establecido en su sección de «imaginarios de saldo, prefabricados del cambio de conciencia-apertura mental, aglomerados de pseudo-misterios, y top-manta tarotista, criptozoológico y esnifada astral».
Existen unos estudiosos que se llaman teóricos de la comunicación; entre ellos los hay especialmente interesados en la televisión y la radio, en cómo nos influyen, en cómo pueden emocionar e informar y en cómo prolongan la ignorancia y muestran impúdicamente las llagas morales e intelectuales de personas causadas por una deficiente instrucción, de la que no tienen por qué ser culpables. Son inocentes, en el fondo. Enseñar al que no sabe es una obra de caridad, virtud teologal de la que carecen los auténticos culpables: los responsables de esos programas televisivos y radiofónicos -junto con los directores de esos medios que lo permiten- donde la basura irracional se presenta como una opción más, en pie de igualdad con la cultura, como un muestrario de colores a elegir; y ellos, sus responsables, lo saben, pero son unos mercaderes de sonrisa sardónica y vergüenza extraviada.
Joder, tíos, cómprense un par de toneladas de decencia. O mejor aun: multiplíquense por cero, que dice un personaje de dibujos animados que deja en paños menores a los antiguos cínicos.
Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
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1 comentario:
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1. De: Actinopterigio - Fecha: 2004-07-24 14:41
De acuerdo, después decimos que hay Fuga de Cerebros!
2. De: Angel Carretero - Fecha: 2004-07-24 16:11
Bienvenido Ricardo
Angel
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