Sergio Sánchez y Diego Zúñiga son ufólogos, exufólogos o neo-ufólogos, como el lector prefiera, toda vez que se cansaron un poco del mundillo de los platillos y sus personajes principales, gente, en su mayoría, de traca, es decir, de la cultura de todo a cien del misterio. Volvieron hace algunos meses (La Nave de los Locos, nº 37, agosto 2010), y me parece muy bien, porque tienen una manía funesta para los creyentes y quienes los alimentan, que es pensar, pensar en uno de sus objetos de interés: el mito ufológico. Esta perversión les lleva a no tragarse los sapos que otros se tragan enteritos o medio masticados, y a rehuir la propaganda infumable, pan de cada día en Ovnilandia. Lo demuestran los citados en los artículos con los que se abre este número de La Nave. Y ya que están, lean también el tercero y el cuarto, ambos de John Rimmer. Y el de Borraz. Y la entrevista a Ignacio Cabria…
Lean también el comentario que Luis Alfonso Gámez escribió sobre este número de La Nave, que les informa de algunos de sus contenidos, entre ellos una reseña firmada por Sergio Sánchez de mi librito Los ovnis ¡vaya timo! .
En su entrada, Gámez comenta:
Me pasa como a Diego Zúñiga: para mí, la ufología murió cuando enloqueció más allá del límite, cuando a las increíbles abducciones les sucedieron los encuentros sexuales, las conspiraciones para matar a Kennedy, los platillos estrellados por doquier, las sondas anales....
Cabría preguntarse si esa lógica repugnancia por tales derivaciones de la ufología, más allá de la tradicional curiosidad con afán científico que una pequeña parte de los interesados (los recopiladores, evaluadores y explicadores de casuística), no tiene en cuenta que la ufología es, precisamente, todo eso; o mejor dicho, que era previsible que acabase convirtiéndose en todo eso. No le recrimino ni a Gámez ni a nadie no haber previsto esa transformación de la ufología en un manicomio de contactados, abducidos y conspiranoicos desequilibrados… ¿O sí? No sé, quizá deberíamos haber imaginado un escenario así porque tal situación era auténticamente previsible: si nunca contamos con una sola prueba válida de que la esencia del supuesto misterio consistiese en lo que nos vendían los periodistas disfrazados de Indiana Jones y la propia creencia, por tal motivo, no se extinguía, esta situación era un poderoso indicio indirecto de que nos hallábamos ante una especie de religión de fanáticos bajo el ropaje del buen rollo, el cambio de conciencia y el desfile carnavalesco de pseudo-investigadores que se presentaban disfrazados de San Jorge después de haber aniquilado al dragón del secreto oficial. Y lo más importante de todo: que este escenario de frikismo general platillista era y es lo normal, que no era razonable esperar otra cosa, y que los críticos y los auténticos interesados racionales son, como he comentado unas pocas veces entre amigos y cervezas en algún bar escéptico lagunero, los auténticos raros, los extraños, los que se salen de la norma, la minoría, los realmente frikis, al igual que el pensamiento crítico y la cultura de verdad es una frikada en una sociedad donde se promociona el paletismo, la igualación de todas las opiniones por lo bajo, donde Cuarto milenio pasa por ser un ejemplo de divulgación científico-cutural (¡cágate, lorito!) y donde Planeta encantado se emitió dos veces por la tele pública sin repartir primero mascarillas anti-contaminación a los televidentes. (A Mourinho no me lo toquen: adoro a ese tipo, en serio, por si alguien está pensando en él al leer algunos ejemplos del mundo-basura de los medios de comunicación).
La Nave de los Locos pasa factura al mundo de los platillos en los artículos que cité al principio. Lo bueno es que tiene intención de seguir haciéndolo una vez al año.
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Sergio Sánchez y Diego Zúñiga (Ed.): La Nave de los Locos, nº 37, Santiago de Chile, agosto de 2010. 175 páginas. 11,16 euros.
Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
martes, febrero 08, 2011
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1 comentario:
Sinceramente, Ricardo, tampoco la ufología racional escapa de una autocrítica. La Fundación Anomalía, abanderada de esta corriente, se halla en situación límite por falta de patrocinios y apoyos, como cuenta Ruesga en su web. Ahora bien, ¿se hace ALGO por difundir y popularizar la ufología científica más allá de charlas en restaurantes, compilación de catálogos que nunca están accesibles al donante o al público y autoentregas absurdas de premios? ¿Se hace algo por desmarcarse del frikismo con payasadas como la del suicidio homeopático (saliendo, con perdón, del tema ufológico)? ¿Se realizan conferencias y actos fuera del círculo endogámico universitario de la UPV, Laguna, etc?
Creo que hay que dejar de lamentarse y emprender un proyecto abierto, popular y accesible al aficionado que deje de lamentarse permanentemente y se tome en serio la divulgación real y efectiva, sea por redes sociales, sea por iniciativas estilo Bad Astronomy, sea como sea. Pero con charletas de café y webs retroenlazadas sin aperturismos poco se va a conseguir.
Vamos, opino.
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