Publicado hoy en ENIGMA$, en el suplemento de ciencia Principia, Diario de Avisos (Santa Cruz de Tenerife):
Enlace a la web del periódico.
Odio la fanfarronería, odio la impostura, odio la superstición, odio la mentira y odio toda clase de tipos miserables y embaucadores, que son muchísimos, como sabes. Luciano de Samósata (s. II)
jueves, noviembre 29, 2012
domingo, noviembre 25, 2012
El Curiosity y los ufólogos
En esta entrada de La mentira está ahí fuera dedicada a los rumores sobre el hallazgo del Curiosity se terminó hablando (después el debate se recondujo) sobre los marcianos, los ufólogos y la hinbestigación cuartomilenaria, para que ustedes me entiendan. Un adolescente (los puede haber de 40, 50 o 60 años) no tardó en aparecer, y mezcló la noticia sobre el rumor del hallazgo del instrumento SAM del Curiosity con los platillos volantes, el "sol danzante" de Fátima, los testimonios y las pruebas y el enorme valor de ufólogos como Antonio Ribera. Seguramente ustedes pensarán que todas estas cosas de la subcultura ufo-paranormal no tiene nada que ver el simpático cacharro que anda por Marte, y tendrán razón, pero lo importante aquí es que para algunos sí tiene que ver: son los que creen que Ribera fue un científico, que Benítez ha escrito alguna crónica periodística de valor superior a Salsa rosa y que Cuarto milenio hace divulgación científica. Un descojono, vaya. Periodismo y ciencia parecen llevarse, en su mayoría, como el agua y el aceite, y a muchos vividores de lo oculto les interesa que siga siendo así. Otros, simplemente, se encuentran como pez nadando en el agua de ignorancia, como los que acusan a la NASA de recular y desdecirse ahora del supuesto hallazgo de "vida en Marte", cuando de tal cosa sólo ha hablado el periodismo
especulador.
Seguramente hay algo de interés en quienes hablan de marcianos y pseudo-periodistas del misterio cuando se trata de auténtica ciencia. Seguramente no: tan cierto como que Eduard Punset la cagó en formato diarrea cuando le dio cancha a Geller, Emoto y otros buhoneros.
Eso es lo que ocurre: que pretenden arrimarse a científicos con credenciales para que la parroquia que compra sus productos piense que está contribuyendo al avance del conocimiento, y no a una campaña de imagen diseñada por un publicista torpe. Porque, como le decía al atolondrado semi-troll de turno de la entrada de La mentira está ahí fuera, Antonio Ribera no descubrió nada, ni inventó nada. Fue divulgador de un mito, el de la venida de naves espaciales a la Tierra. Escribió un clásico, El gran enigma de los platillos volantes (1966), que aunque crédulo, es interesante para ver cómo pensaba una persona normal y cuyo norte no era exclusivamente la propaganda, el enredo, la falsificación y la distribución de pseudociencia. Fue el gran introductor del mito de los ovnis en España, con éxito comercial, antes incluso de que Jiménez del Oso vendiera su género ocultista en Televisión Española. Lo que vino después de Ribera en el sector comercial no llega ni a bosta de vaca.
Alguien nombró luego el asunto UMMO, tema en el que Ribera se empeñó siempre. Sin duda, fue la metida más gorda de pata del citado de su vida (hasta donde yo sé). Ignoro si creyó en semejante mamonada de verdad o intentó figurar aprovechando su popularidad en la época (la del propio asunto UMMO y la del propio Ribera en la subcultura platillista en los años 70 y 80). Al margen de esto, es interesante leer a Ribera para conocer algunos de los dogmas de la iglesia del platillo volante. Pero para saber algo de ovnis y de ufología (inventos humanos) es suficiente con aprender un poco de psicología y sobre cómo percibe la ciencia la masa de creyentes en fenómenos "inexplicables" y demás jerga cuartomilenaria. Es una tecno-religión: ya puedes pedir pruebas, que el creyente silba y mira para arriba mientras detecta misterios hasta en los pelos que halla en la sopa.
A pesar de que en gran medida la ufología está muerta, y bien muerta, es interesante encontrar algún crédulo que te cuenta las mismas gilipolleces que hace veinte años. Es gente permanentemente "nueva", no tuvieron el interés en ver si la propaganda que han leído durante años tiene algo de cierto o no. Les gustó y se la tragaron, sin más. Ahora andan hablando de posibilidades posiblemente posibles e igualan "pruebas" con testimonios. Están en el mismo 'estado mental' que sus iguales de hace cuarenta años: anclados en la creencia más sencilla e indemostrable. Han hecho, en su pequeña comunidad de confabuladores creyentes, una virtud de su ignorancia. Los mismos dogmas no demostrados que hace décadas siguen funcionando en la actualidad, en menor escala, porque la platillología perdió mucho del interés que despertaba en los años 70 e incluso en los 90. Es en este sentido en el que digo que son nuevos: siempre lo son, son como adolescentes sin pasado, no tienen historia: la ufología te cuenta siempre las mismas chorradas como grandes novedades, no hay crítica ni evolución, hay, al contrario, un estancamiento en la creencia.
En cierto sentido, no son culpables de estar alegres en su visión salsarosista de la realidad: en parte es culpa de los divulgadores del pensamiento crítico, que no supieron llegar hasta esta gente potencialmente interesada en su momento; ahora es tarde, y ya giran en torno a su núcleo de presuposiciones infundadas (hay un "fenómeno", los testigos son las pruebas, es una falta de respeto dudar de los pilotos) y otras majaderías que esgrimen ante la menor crítica de ese dogma tan querido por ellos, ese potaje compuesto de "periodismo de investigación", maravillas, intuiciones, magia, aventurismo disfrazados de Indiana Jones, retórica simple y emotiva y conciencia de ser unos adelantados.
Seguramente hay algo de interés en quienes hablan de marcianos y pseudo-periodistas del misterio cuando se trata de auténtica ciencia. Seguramente no: tan cierto como que Eduard Punset la cagó en formato diarrea cuando le dio cancha a Geller, Emoto y otros buhoneros.
Eso es lo que ocurre: que pretenden arrimarse a científicos con credenciales para que la parroquia que compra sus productos piense que está contribuyendo al avance del conocimiento, y no a una campaña de imagen diseñada por un publicista torpe. Porque, como le decía al atolondrado semi-troll de turno de la entrada de La mentira está ahí fuera, Antonio Ribera no descubrió nada, ni inventó nada. Fue divulgador de un mito, el de la venida de naves espaciales a la Tierra. Escribió un clásico, El gran enigma de los platillos volantes (1966), que aunque crédulo, es interesante para ver cómo pensaba una persona normal y cuyo norte no era exclusivamente la propaganda, el enredo, la falsificación y la distribución de pseudociencia. Fue el gran introductor del mito de los ovnis en España, con éxito comercial, antes incluso de que Jiménez del Oso vendiera su género ocultista en Televisión Española. Lo que vino después de Ribera en el sector comercial no llega ni a bosta de vaca.
Alguien nombró luego el asunto UMMO, tema en el que Ribera se empeñó siempre. Sin duda, fue la metida más gorda de pata del citado de su vida (hasta donde yo sé). Ignoro si creyó en semejante mamonada de verdad o intentó figurar aprovechando su popularidad en la época (la del propio asunto UMMO y la del propio Ribera en la subcultura platillista en los años 70 y 80). Al margen de esto, es interesante leer a Ribera para conocer algunos de los dogmas de la iglesia del platillo volante. Pero para saber algo de ovnis y de ufología (inventos humanos) es suficiente con aprender un poco de psicología y sobre cómo percibe la ciencia la masa de creyentes en fenómenos "inexplicables" y demás jerga cuartomilenaria. Es una tecno-religión: ya puedes pedir pruebas, que el creyente silba y mira para arriba mientras detecta misterios hasta en los pelos que halla en la sopa.
A pesar de que en gran medida la ufología está muerta, y bien muerta, es interesante encontrar algún crédulo que te cuenta las mismas gilipolleces que hace veinte años. Es gente permanentemente "nueva", no tuvieron el interés en ver si la propaganda que han leído durante años tiene algo de cierto o no. Les gustó y se la tragaron, sin más. Ahora andan hablando de posibilidades posiblemente posibles e igualan "pruebas" con testimonios. Están en el mismo 'estado mental' que sus iguales de hace cuarenta años: anclados en la creencia más sencilla e indemostrable. Han hecho, en su pequeña comunidad de confabuladores creyentes, una virtud de su ignorancia. Los mismos dogmas no demostrados que hace décadas siguen funcionando en la actualidad, en menor escala, porque la platillología perdió mucho del interés que despertaba en los años 70 e incluso en los 90. Es en este sentido en el que digo que son nuevos: siempre lo son, son como adolescentes sin pasado, no tienen historia: la ufología te cuenta siempre las mismas chorradas como grandes novedades, no hay crítica ni evolución, hay, al contrario, un estancamiento en la creencia.
En cierto sentido, no son culpables de estar alegres en su visión salsarosista de la realidad: en parte es culpa de los divulgadores del pensamiento crítico, que no supieron llegar hasta esta gente potencialmente interesada en su momento; ahora es tarde, y ya giran en torno a su núcleo de presuposiciones infundadas (hay un "fenómeno", los testigos son las pruebas, es una falta de respeto dudar de los pilotos) y otras majaderías que esgrimen ante la menor crítica de ese dogma tan querido por ellos, ese potaje compuesto de "periodismo de investigación", maravillas, intuiciones, magia, aventurismo disfrazados de Indiana Jones, retórica simple y emotiva y conciencia de ser unos adelantados.
lunes, noviembre 12, 2012
Mitologización ufológica
Los ovnis
son un mito, ya es sabido. No me refiero con ello al trabajo de algunos
ufólogos, aquéllos que se sitúan fuera del mercadeo de los enigmas y misterios
inventados en un almuerzo pagado por una editorial. Me refiero a éstos,
precisamente, a los que llevan décadas versionando el mismo presupuesto raído y
desconchado: la visita de alienígenas a bordo de naves hipertecnológicas o
hiperdimensionales al planeta, con sus correlatos de apariciones, encuentros
cercanos, luces extrañas, cientos de miles de fotos, alertas ovni, subidas de
cejas fingidas y, cling clang, los euros caen en la cuenta corriente de la
cutre-ufología.
Es de agradecer que la ufología escasee en España, porque lo mejor siempre es lo menos, y en una sociedad cuyo gusto es moldeado por la propaganda, lo peor se promociona más, tiene más predicamento, y casi todo el mundo es feliz creyendo en las mismas gilipolleces que hace cuarenta años: cambios de conciencia, voces interiores, el derecho a soñar y a imaginar cualquier gansada como si fuera la piedra de toque de la realidad, verdades hechas a medida y sólo válidas para quien las segrega y los cuatro alelados que lo contemplan; es decir, una especie de romanticismo chungo, de baratillo, un desorden mental que lleva a dar visos de realidad a cualquier machangada que el para-ufo-periodista de turno se invente, a cualquier superstición que un empresario-paranormal se dedique a promocionar, a pensar que el mundo es como el capricho de cada uno quiere que sea, a confundir anhelos alcanzables y racionales con el mundo de cursilerías de Las nueve revelaciones.
Los ovnis son un mito, digo, no sólo por lo que representan como interpretación numinosa y tecnológica para muchos creyentes de unas presuntas observaciones “inexplicables”, sino, en ocasiones, por su propia dinámica de crecimiento y consolidación en el mundo de los intangibles colectivos. Así lo plantean Joe Nickell y James McGaha en un artículo publicado en la web del CSI:
Los autores dan detalles de algunos famosos casos que ponen en evidencia la labor reconstructiva del periodismo ufológico y cómo, una vez los hechos se olvidaron, fueron rescatados y actualizados, y convertidos en piezas conspiranoicas para el sector más desquiciado de ovnilandia. Entre ellos el caso Roswell, el falso monstruo de Flatwoods, el 12 de septiembre de 1952, el meteoro observado en Kecksburg, Pensilvania, el 2 de diciembre de 1965, y el caso de Rendlesham a finales de diciembre de 1980.
Los autores dan detalles de algunos famosos casos que ponen en evidencia la labor reconstructiva del periodismo ufológico y cómo, una vez los hechos se olvidaron, fueron rescatados y actualizados, y convertidos en piezas conspiranoicas para el sector más desquiciado de ovnilandia. Entre ellos el caso Roswell, el falso monstruo de Flatwoods, el 12 de septiembre de 1952, el meteoro observado en Kecksburg, Pensilvania, el 2 de diciembre de 1965, y el caso de Rendlesham a finales de diciembre de 1980.
El análisis de estos cuatro casos de platillos volantes revela cómo la labor de explicación y disolución del misterio puede enviar un caso al subsuelo, donde se transforma mediante un proceso de mitologización emergiendo como una cepa virulenta de un virus en forma de gran cuento conspiranoico.
Los autores llaman a este proceso el síndrome Roswell, por ser el caso paradigmático en el que se produjo: olvido del suceso, rescate por los publicicistas del misterios (Moore, Berlitz y otros) y conversión en cuento paranoico de ocultación gubernamental.
Esta mitologización incluye muchos factores, entre los que destacan: exageraciones, fallos en la memoria, añadidos folclóricos y puros fraudes. Las diferentes versiones de cada historia, que los folcloristas llaman variantes, son prueba de la fabricación de una leyenda mediante tradición oral.
Nickell y McGaha señalan que,
Desde un punto de vista folclorista, las historias sobre caídas de platillos volantes y recuperación de cadáveres funcionan como “cuentos creenciales”, esto es, leyendas que tratan de dar verosimilitud a creencias folclóricas.
En la ufología española abundan los casos que han sufrido un proceso similar al presentado por estos autores, al menos en parte. Cuarto milenio y en general la fraudulenta ufología periodística nacional vive en buena medida del rescate y mistificación de los viejos sucesos platillistas de décadas pasadas. Como ha ido documentando Juan Carlos Victorio en su blog (vea en particular las etiquetas “Años 70”, “Venus” y “La Luna”), las cosas no son casi nunca como las contaron periodistas del misterio con el mismo espíritu científico que cualquier bergante de los programas del corazón.
Los autores llaman a este proceso el síndrome Roswell, por ser el caso paradigmático en el que se produjo: olvido del suceso, rescate por los publicicistas del misterios (Moore, Berlitz y otros) y conversión en cuento paranoico de ocultación gubernamental.
Esta mitologización incluye muchos factores, entre los que destacan: exageraciones, fallos en la memoria, añadidos folclóricos y puros fraudes. Las diferentes versiones de cada historia, que los folcloristas llaman variantes, son prueba de la fabricación de una leyenda mediante tradición oral.
Nickell y McGaha señalan que,
Desde un punto de vista folclorista, las historias sobre caídas de platillos volantes y recuperación de cadáveres funcionan como “cuentos creenciales”, esto es, leyendas que tratan de dar verosimilitud a creencias folclóricas.
En la ufología española abundan los casos que han sufrido un proceso similar al presentado por estos autores, al menos en parte. Cuarto milenio y en general la fraudulenta ufología periodística nacional vive en buena medida del rescate y mistificación de los viejos sucesos platillistas de décadas pasadas. Como ha ido documentando Juan Carlos Victorio en su blog (vea en particular las etiquetas “Años 70”, “Venus” y “La Luna”), las cosas no son casi nunca como las contaron periodistas del misterio con el mismo espíritu científico que cualquier bergante de los programas del corazón.
jueves, noviembre 08, 2012
El 21 de diciembre, todos calvos
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