En 1997, año de su estreno, escribí esta reseña de Hombres de negro (Men in Black, en su título
original). A falta de un nuevo vistazo, pego aquí el texto que escribí
entonces, con algunas modificaciones.
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Men
in Black (Hombres de negro)
(Película de marcianos).
Las grandes superproducciones cinematográficas
estadounidenses están íntimamente ligadas a la gran campaña de publicidad de
que son objeto en los medios de comunicación. A menudo, los espacios dedicados
a publicitar el filme son tan amplios que incluyen buena parte de las escenas
más espectaculares, como en el caso de los documentales titulados genéricamente
“Cómo se hizo...”. En el caso de Men in
Black gran parte de las escenas más sorprendentes son conocidas de antemano
por el espectador.
El filme, de pobre guión (pareja de buenos que luchan
contra los malos, en este caso bichos espaciales), se apunta a la moda de los
extraterrestres en el cine, haciendo uso de un sub-mito inserto en el gran mito
de los ovnis: los hombres de negro. Pero si bien el proceder “habitual” de los men in black consistía en silenciar a
los testigos e investigadores de ovnis, cumpliendo un papel más bien malvado,
en esta versión son presentados como guardianes de la humanidad ante posibles
ataques de los aliens. La película es
más de lo mismo: persecuciones, explosiones y efectos especiales que ya no
impactan desde el momento en que se ha visionado Terminator 2. Salpicada por el ¿humor? de Will Smith y el acentuado
hieratismo de Tommy Lee Jones, la cinta sirve para pasar el rato. Cuando menos
un alien malvado es siempre más
entretenido que uno bueno, que suelen ser aburridísimos y sólo lanzan peroratas
llenas de trivialidades. Lo mejor es el tinte de comedia humorística con que
está tratado. Lejos de dar un toque de seriedad a temáticas que se convierten
en ridículas cuando así se hace (a no ser el tratamiento profesional de los
estudiosos de las leyendas y folcloristas) se ironiza sobre algunos aspectos,
como la realidad que se ocultaría tras los típicos tabloides sensacionalistas
americanos (en España también tenemos algunos, con amplias ventas), llenos de
extraterrestres y de fantásticas peripecias que se habrían filtrado desde el
ultrasecreto mundo de los hombres de negro y de las agencias gubernamentales
encargadas de la vigilancia “extraterrestre”.
Numerosas escenas de la película se desarrollan en las
instalaciones de una hipotética agencia encargada de ocultar al paisano normal
-e incluso a las propias autoridades gubernamentales- la convivencia de los
extraterrestres en nuestro mundo y de sus posibles desmanes. ¿Realmente creen
los lectores que un gobierno sería capaz de ocultar actividades de este tipo
ante los medios de comunicación y la opinión pública? Si en el caso de uno de
los proyectos científicos en torno a los cuales hubo mayor secretismo, la
fabricación de la bomba atómica en la base de Los Álamos, Nuevo México, hubo
filtraciones, ¡qué no habría habido en 50 años de platillos volantes! Lo más
lógico es pensar que se trata simplemente de una leyenda creada por los propios
interesados y creyentes en los ovnis para sustentar sus creencias y “dar algún
sentido” a la inhibición tradicional de los gobiernos en este tema, salvo
ocasiones puntuales. Las implicaciones gubernamentales, antes bien, han tenido
su origen en las denuncias de civiles y ante en clima de expectación social
creado ante las supuestas observaciones de objetos voladores que podrían estar
violando el espacio aéreo correspondiente; quizá se tratara de naves, pero muy
terrestres al fin y al cabo...
La leyenda de los hombres de negro va unida al cover-up, el supuesto encubrimiento de
los gobiernos mundiales, en particular el de los USA, de toda aquella
información relevante en torno a los platillos volantes. El máximo ejemplo es
el episodio de Roswell, en julio de 1947, en el que algunos siguen viendo la
ocultación del accidente de un PV con marcianos dentro (¿recuerdan el montaje
comercial de la autopsia a un muñeco de látex en el verano del pasado año?)
aunque se tratara realmente de la caída de un globo de alta tecnología capaz de
detectar ondas sísmicas causadas por explosiones nucleares soviéticas. Cosas de
la naciente “guerra fría”.
Los hombres de negro formarían la vanguardia de la
labor de ocultación. Según el ya viejo rumor -es obvio que jamás se ha podido
obtener una sola prueba que demuestre su existencia- se trata de agentes del
gobierno o de alguna agencia que se dedican a silenciar y amenazar a testigos
de observaciones ovni. Se presentan vestidos con trajes oscuros o negros,
conduciendo lujosos automóviles y poseen inquietantes. Conminan a los
sorprendidos testigos a que no divulguen su experiencia o hacen desaparecer a
quien ha estado un tiempo investigando el tema ovni. Solían aparecer justo en
el momento en que algún “ufólogo” se aprestaba a dar a conocer públicamente
algún secreto que había descubierto. ¡Lástima! Los ufólogos no han sido nunca
lo suficientemente inteligentes como para no divulgar previamente lo que decían
conocer. Sencillo trabajo para los hombres de negro, ¿no creen?
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Finalicé este comentario recomendando los títulos de
dos referencias bibliográficas en las que el tema se trata seriamente, desde
dos puntos de vista:
Veredicto OVNI. Examen de
la evidencia. Robert
Sheaffer, Ed. Tikal, Gerona, 1994, pp. 219-232. Sheaffer escribe
una breve historia en este capítulo de ese club de pillos que fue el
International Flying Saucer Bureau, del que formaban parte Albert K. Bender y
Gray Barker, autor del libro They Knew
Too Much About Flying Saucers. Fueron los creadores de la leyenda, luego
asentada en Ovnilandia como un refuerzo clásico para los adeptos.
Visiones, apariciones,
visitantes del espacio.
Hilary Evans, Ed. Kier, Argentina, 1989, pp. 132-142. Consiste este capítulo en
una sabrosa revisión de la leyenda meninblackista
desde el punto de vista de un folclorista.
No se centra en el origen de la leyenda, ni siquiera se cita Albert Bender ni a
Gray Barker, sino que lo hace en las percepciones de los testigos que “vieron”
a esos individuos anómalos vestidos de negro con camisa blanca, en sus puntos
en común, en la ‘estereotipización’ de las visiones a partir de clichés
culturales sobre el proceder de los gobiernos, los agentes secretos, las
películas de suspense y el por entonces naciente -pero ya diverso- folclore de
los platillos volantes.
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