miércoles, febrero 18, 2015

Men in Black

En 1997, año de su estreno, escribí esta reseña de Hombres de negro (Men in Black, en su título original). A falta de un nuevo vistazo, pego aquí el texto que escribí entonces, con algunas modificaciones.

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Men in Black (Hombres de negro)
(Película de marcianos).

Las grandes superproducciones cinematográficas estadounidenses están íntimamente ligadas a la gran campaña de publicidad de que son objeto en los medios de comunicación. A menudo, los espacios dedicados a publicitar el filme son tan amplios que incluyen buena parte de las escenas más espectaculares, como en el caso de los documentales titulados genéricamente “Cómo se hizo...”. En el caso de Men in Black gran parte de las escenas más sorprendentes son conocidas de antemano por el espectador.

El filme, de pobre guión (pareja de buenos que luchan contra los malos, en este caso bichos espaciales), se apunta a la moda de los extraterrestres en el cine, haciendo uso de un sub-mito inserto en el gran mito de los ovnis: los hombres de negro. Pero si bien el proceder “habitual” de los men in black consistía en silenciar a los testigos e investigadores de ovnis, cumpliendo un papel más bien malvado, en esta versión son presentados como guardianes de la humanidad ante posibles ataques de los aliens. La película es más de lo mismo: persecuciones, explosiones y efectos especiales que ya no impactan desde el momento en que se ha visionado Terminator 2. Salpicada por el ¿humor? de Will Smith y el acentuado hieratismo de Tommy Lee Jones, la cinta sirve para pasar el rato. Cuando menos un alien malvado es siempre más entretenido que uno bueno, que suelen ser aburridísimos y sólo lanzan peroratas llenas de trivialidades. Lo mejor es el tinte de comedia humorística con que está tratado. Lejos de dar un toque de seriedad a temáticas que se convierten en ridículas cuando así se hace (a no ser el tratamiento profesional de los estudiosos de las leyendas y folcloristas) se ironiza sobre algunos aspectos, como la realidad que se ocultaría tras los típicos tabloides sensacionalistas americanos (en España también tenemos algunos, con amplias ventas), llenos de extraterrestres y de fantásticas peripecias que se habrían filtrado desde el ultrasecreto mundo de los hombres de negro y de las agencias gubernamentales encargadas de la vigilancia “extraterrestre”.


Numerosas escenas de la película se desarrollan en las instalaciones de una hipotética agencia encargada de ocultar al paisano normal -e incluso a las propias autoridades gubernamentales- la convivencia de los extraterrestres en nuestro mundo y de sus posibles desmanes. ¿Realmente creen los lectores que un gobierno sería capaz de ocultar actividades de este tipo ante los medios de comunicación y la opinión pública? Si en el caso de uno de los proyectos científicos en torno a los cuales hubo mayor secretismo, la fabricación de la bomba atómica en la base de Los Álamos, Nuevo México, hubo filtraciones, ¡qué no habría habido en 50 años de platillos volantes! Lo más lógico es pensar que se trata simplemente de una leyenda creada por los propios interesados y creyentes en los ovnis para sustentar sus creencias y “dar algún sentido” a la inhibición tradicional de los gobiernos en este tema, salvo ocasiones puntuales. Las implicaciones gubernamentales, antes bien, han tenido su origen en las denuncias de civiles y ante en clima de expectación social creado ante las supuestas observaciones de objetos voladores que podrían estar violando el espacio aéreo correspondiente; quizá se tratara de naves, pero muy terrestres al fin y al cabo...

La leyenda de los hombres de negro va unida al cover-up, el supuesto encubrimiento de los gobiernos mundiales, en particular el de los USA, de toda aquella información relevante en torno a los platillos volantes. El máximo ejemplo es el episodio de Roswell, en julio de 1947, en el que algunos siguen viendo la ocultación del accidente de un PV con marcianos dentro (¿recuerdan el montaje comercial de la autopsia a un muñeco de látex en el verano del pasado año?) aunque se tratara realmente de la caída de un globo de alta tecnología capaz de detectar ondas sísmicas causadas por explosiones nucleares soviéticas. Cosas de la naciente “guerra fría”.

Los hombres de negro formarían la vanguardia de la labor de ocultación. Según el ya viejo rumor -es obvio que jamás se ha podido obtener una sola prueba que demuestre su existencia- se trata de agentes del gobierno o de alguna agencia que se dedican a silenciar y amenazar a testigos de observaciones ovni. Se presentan vestidos con trajes oscuros o negros, conduciendo lujosos automóviles y poseen inquietantes. Conminan a los sorprendidos testigos a que no divulguen su experiencia o hacen desaparecer a quien ha estado un tiempo investigando el tema ovni. Solían aparecer justo en el momento en que algún “ufólogo” se aprestaba a dar a conocer públicamente algún secreto que había descubierto. ¡Lástima! Los ufólogos no han sido nunca lo suficientemente inteligentes como para no divulgar previamente lo que decían conocer. Sencillo trabajo para los hombres de negro, ¿no creen?

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Finalicé este comentario recomendando los títulos de dos referencias bibliográficas en las que el tema se trata seriamente, desde dos puntos de vista:

Veredicto OVNI. Examen de la evidencia. Robert Sheaffer, Ed. Tikal, Gerona, 1994, pp. 219-232. Sheaffer escribe una breve historia en este capítulo de ese club de pillos que fue el International Flying Saucer Bureau, del que formaban parte Albert K. Bender y Gray Barker, autor del libro They Knew Too Much About Flying Saucers. Fueron los creadores de la leyenda, luego asentada en Ovnilandia como un refuerzo clásico para los adeptos.


Visiones, apariciones, visitantes del espacio. Hilary Evans, Ed. Kier, Argentina, 1989, pp. 132-142. Consiste este capítulo en una sabrosa revisión de la leyenda meninblackista desde el punto de vista de un folclorista. No se centra en el origen de la leyenda, ni siquiera se cita Albert Bender ni a Gray Barker, sino que lo hace en las percepciones de los testigos que “vieron” a esos individuos anómalos vestidos de negro con camisa blanca, en sus puntos en común, en la ‘estereotipización’ de las visiones a partir de clichés culturales sobre el proceder de los gobiernos, los agentes secretos, las películas de suspense y el por entonces naciente -pero ya diverso- folclore de los platillos volantes.

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